16 junio, 2010

Un salto en paracaídas a 16 Km. de altura

Un salto en paracaídas a 16 Km. de altura: "
Como una película vista en cámara lenta, éste fue el salto en paracaídas desde la mayor altura que se conoce tras un contratiempo. En su momento, los expertos de la fuerza aérea norteamericana dijeron…“ El valiente coronel Nole sobrevivió únicamente porque Dios lo quiso“.



En la tarde del día 26 de septiembre de 1957, el coronel Jack Nole se encontraba a una altura de dieciséis mil metros sobre la base aérea de Laughlin, cerca de la localidad Del Río, en Texas. Estaba probando un aparato U-2 que acababa de ser reparado. Casi tres años antes de que otro U-2 pasara a la Historia al ser derribado cuando volaba sobre la Unión Soviética.

Desde el momento de despegar, había estado enviando por radio informes de rutina sobre el funcionamiento del avión, que entonces era secreto al control de tierra. Continuaba ganando altura…dieciseis kilómetros más abajo podía observar en medio de un sol brillante, las cimas de columnas de nubes cúmulos, mucho más abajo, el hilo de plata del río Grande serpenteaba hacia el Big Bend, mientras que al suroeste, en México, se formaban sombras rojas y azuladas en las llanuras orientales de Coahuila.



Súbitamente la proa del avión empezó a inclinarse., no hubo sonido alguno, ningún aviso que pudiera orientar al coronel Nole. Ante tal contratiempo tiró de la palanca hacia él tratando de enderezar otra vez el aparato, pero el mecanismo no obedeció y el avión siguió hundiendose de proa. En el extremo izquierdo del tablero de instrumentos, el indicador de posición de alerones revelaba que éstos estaban completamente vueltos hacia abajo, sin que el piloto hubiera maniobrado para ponerlos en semejante posición. Posteriormente se descubrió que el agua de la lluvia se había introducido en un interruptor, había oxidado los contactos y había provocado un corto circuito.

El coronel Nole se dio cuenta inmediatamente del peligro y gritó al control de tierra…“Estoy en un aprieto, en un verdadero aprieto“.

En un momento de incertidumbre decidió apagar el motor, abrir las compuertas de vuelo en picado y bajar el tren de aterrizaje con el fin de disminuir la velocidad, pero el avión ya caía verticalmente y hasta empezaba a dar una vuelta de campana. En aquel instante se desprendió toda la sección de cola, automáticamente Nole describió al control de tierra lo que estaba sucediendo,…a traves de los auriculares le llegó la orden…“ Salte en paracaídas“,…“Y qué otra cosa se imaginan que estoy tratando de hacer?“, respondió Nole.

Al apagar el motor, el traje de presión, muy ajustado a la piel, se había inflado por haber descendido la presión de la cabina y dificultaba los movimientos. Fueron unos instantes de máxima tensión ya que en cualquier momento podrían desprenderse las alas y desintegrarse el resto del fuselaje.



Aquellos primeros aviones U-2 no disponían de asientos para el lanzamiento automático del piloto en caso de emergencia, así que primero era preciso desconectar los tubos de oxigeno y los alambres de la radio y la calefacción, después había que desabrochar el cinturón de seguridad y las correas de los hombros, luego quitar el seguro de las manijas del pabellón y arrojar éste afuera,…y finalmente había que esforzarse para poder salir de la estrecha cabina, luchar contra la corriente de aire y saltar.

Todos estos preparativos ocuparon unos cincuenta segundos, mientras el avión giraba locamente haciendo el rizo una y otra vez. La cuarta vez que el avión quedó invertido, el paquete colgante de salvamento se le enganchó justo al borde de la cabina, fue un instante que pareció una eternidad, pero por fin consiguió desenredarlo de su cuerpo, y cuando el avión volvió a enderezarse para iniciar otro rizo, …fue lanzado al espacio.



El coronel Jack Nole se encontraba solo en la estratosfera, a 16 kilómetros de altura. En esta zona, la atmósfera está tan enrarecida que la vida humana no es posible sin la ayuda del oxígeno a presión. Pasada la primera prueba terrible, le quedaba otra…

Dentro del traje de presión había una válvula verde, del tamaño de un limón, para conectar el suministro de oxigeno de urgencia que es parte del equipo, Nole sabía que estaba allí, pero no la encontraba. Metido en el estrecho traje hermético y mirando a través de la máscara, notó que comenzaba a nublarse la vista, el nervio óptico no recibía suficiente oxigeno. En una lucha por librarse de los obstáculos en el avión, había consumido el poco aire que encerraba el traje de presión.

En esos momentos de máxima tensión entre la vida y la muerte, comprendió que tenía dos alternativas.

La primera consistía en dejarse caer hasta que el paracaídas se abriese automáticamente a los cuatro mil trescientos metros de altitud preestablecida, pero tardaría más de dos minutos en caída libre en recorrer esa distancia de casi doce kilómetros,…existía la posibilidad de que para entonces se hubiera asfixiado.

Y la segunda era abrir en seguida el paracaídas a mano, pero no se había saltado nunca en paracaídas desde esa altura, y el índice de mortalidad en saltos desde mucha, pero mucha menos altura era elevadísimo. En unos pocos segundos de descenso a través de una atmósfera enrarecida, desde dieciséis mil metros de altura, un cuerpo puede adquirir una velocidad de 600 kilómetros por hora, y un paracaídas que se abre repentinamente para contrarrestar ésta enorme velocidad, probablemente quedará hecho trizas, o, si no se destroza, daría un tirón tan violento que le rompería al piloto el espinazo.

En un verdadero aprieto y con difícil pronostico de solución, el valiente coronel Nole con la vista nublada, agarró la anilla de la cuerda de emergencia del paracaídas y tiró de ella…



Esperaba un tirón violento, pero no hubo tal. El paracaídas se hinchó suavemente, como un hongo milagroso. Una vez abierto, pudo encontrar con facilidad la válvula de oxígeno y tomar una porción salvadora. Con la primera bocanada se le iluminó nuevamente la cabeza. Aunque todavía no había pasado el peligro.

Al iniciar el descenso, comenzó a bambolearse como un péndulo gigantesco, a cada oscilación temía que el aire se saliera por el borde superior del paracaídas, se desinflara el artefacto y le dejara caer como una piedra.

Con el esfuerzo de tratar de detener aquel movimiento pendular, la vista comenzó a fallarle otra vez, la provisión de oxigeno de emergencia se había acabado, era indispensable obtener aire exterior.

Con mucho trabajo y torpe por la falta de oxigeno, se quitó la mascara, y aun en aquella altura, una buena bocanada de aire restableció el equilibrio mental. Durante medio minuto estuvo horriblemente mareado, había sido sometido a una fuerte tensión nerviosa.

Entre los diez mil y los nueve mil metros de altitud, tres pilotos de otros aviones U-2, dieron vueltas alrededor. El coronel Nole ligeramente recuperado agitaba los brazos para advertirles de su presencia, pero estaban demasiado lejos para distinguir sus ademanes. Después se supo que los tres habían informado por radio a la base que no daba señales de vida.



Al acercarse a tierra seguía oscilando locamente, y habría podido tomar tierra de espaldas o de cabeza con un tremendo golpe, pero la suerte, o la Providencia no le había abandonado aún.

Descendió precisamente sobre una colina de Texas que tenía en un lado una roca plana. Al pasar a la deriva sobre la colina, su cuerpo oscilo hacia atrás y el equipo se enganchó en la roca, con lo cual descendió suavemente a tierra. La alegría era enorme, un verdadero milagro de la Providencia. Se desabrochó las correas y subió a la cima de la colina en el momento en que un helicóptero aterrizaba en un lugar cercano. El piloto lo miró como si viera un aparecido que llegara de ultratumba, y en cierto modo, así ocurrió, como una agónica película vista en cámara lenta, con un afortunado final feliz…

A consecuencia de este episodio, la fuerza aérea hizo varias modificaciones al U-2. Se instaló en él un asiento de lanzamiento automático y un dispositivo para desconectar rápidamente las conexiones de oxigeno, radio y calefacción. Hoy en día el piloto sólo tiene que hacer funcionar el disparador de lanzamiento, con lo cual funciona inmediatamente el abastecimiento de oxígeno de urgencia, se desconectan todas las conexiones del traje a presión y se abre el pabellón. Incluso los paracaídas tienen un diseño especial para evitar las oscilaciones excesivas.

En el hospital de la fuerza aérea los médicos reconocieron y comprobaron que no había sufrido ni un rasguño. Desde el momento en que fue lanzado del avión hasta que tocó tierra, había estado veintidós largos e interminables minutos en el espacio. Los técnicos dijeron que la caída debía haber durado más de treinta y tres minutos, pero que las enormes oscilaciones habían hecho perder aire en los extremos de cada arco, y por eso había bajado rápidamente hasta las zonas donde es posible respirar. No se puede menos que concluir, que el Coronel Jack Nole sobrevivió únicamente porque Dios lo quiso…



Para hacernos una idea de la magnitud del salto del coronel Nole, aunque en situación completamente distinta, cabe decir que el 16 de agosto de 1960, un capitan de la USAAF llamado Joseph Kittinger, subió a un globo a una altura de nada más y nada menos que 32 kilómetros sobre el nivel del mar, aproximadamente tres kilómetros en la estratosfera.

Con temperaturas en torno a los 90 grados bajo cero, y después de un largo ascenso de noventa y un minutos, salió del globo y se lanzó.

Kittinger fue parte del proyecto Excelsior, unas pruebas dirigidas por el gobierno estadounidense para el estudio de un nuevo sistema de paracaídas, bien financiado en su momento por las hostilidades de la guerra fría. Tres fueron los intentos del capitán de la USAAF, en su tercer y último descenso, registró una caída libre de cuatro minutos y treinta y seis segundos, alcanzando una velocidad máxima de 614 pmh., casi 275 metros por segundo hasta la apertura del paracaídas. El descenso completo le tomó 13 minutos y 45 segundos.

Extraído de los interminables volúmenes de readers 1964 ,del baúl.

Más información en Dreamland, en Stratocat y en Wikipedia

Si te gustan las historias de aviones, dulces y a menor altura, igual te puede gustar Candy Bombers, bombas de felicidad o quizás espectaculares como los Barntorming, acróbatas del aire

A lo más alto, con Joseph Kittinger






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