Esta ruta norteamericana se detiene, por unos días. Es época de tomar un descanso, de desconectar, de hacer una parada en el camino y tomar aire. Las próximas tres semanas este blog estará inactivo por la llegada de las ansiadas vacaciones.
Supongo que uno siempre guarda para estas fechas lecturas y discos, como otorgándoles una dedicación especial. De alguna manera, es como decir que esas lecturas y esas escuchas no serán obligatorias, o precipitadas, o asumidas con cansancio. Serán algo especial, con cierta complicidad e ilusión por parte del lector. Desde hace cuatro meses o así, guardo para estos días de sosiego un libro musical, entre otros varios. Se trata de Blues. La música del Delta del Mississipi, escrito por Ted Gioia y editado por Turner Publicaciones.
Cuando cayó en mis manos, quedé prendado de sus primeras páginas y, consciente de que en esa época no tenía el tiempo suficiente para leerlo, me prometí reservarlo para las vacaciones. Estas han llegado y el libro de Gioia se antoja una opción magnífica, tras su monumental Historia del Jazz, publicada en 1977. Gioia tiene fama de hablar de música con documentación de investigador y pasión de un novelista, dos elementos que conjugan siempre en una lectura más que recomendable.
A la lectura de este libro se le sumarán también varios discos. Y en el día que comienzan las vacaciones, de siempre, el cuerpo me pide música alegre, efusiva, luminosa. Cierto que el blues suele asociarse a momentos trágicos, a pérdidas, a sufrimientos rutinarios, pero sería de locos pensar que no hay fiesta en su inmenso cancionero. En el día que arrancan mis vacaciones, preparándome para la lectura de Blues. La música del Delta del Mississipi, pienso en una canción de blues, por eso del libro, que se pueda pinchar para animar el espíritu.
Y, a bote pronto, se me ocurre pinchar algo visceral, con olor a tugurio y madrugada. El whisky en la mesa, la chica bailando con los ojos cerrados y el tipo sentado absorto en esos acordes vagabundos. Una tormenta eléctrica invadiendo el garito. Y el cuerpo me pide Elmore James, el gran Elmore James.
Máximo exponente de la técnica bottleneck con la guitarra eléctrica, James modernizó el blues con su riff y su sonido de raíces del Delta. Aunque nació y creció en el sur, puede ser considerado un bluesman de Chicago, la ciudad en la que desarrolló y grabó su estilo inconfundible. James representa al blues que más me apasiona, al blues agresivo, excitante, eléctrico y fiero. Sur emparentado con la electricidad de Chicago, al modo de Muddy Waters. Sin James, no estarían cosas que me revuelven el alma como John Mayall, Fleetwood Mac, Allman Brothers o Stevie Ray Vaughan. Y es por eso que me Elmore James suena así de fresco, décadas después, cuando las vacaciones esperan radiantes para ser disfrutadas.
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