Socio fundador del Museo de las Momias de Guanajuato | Fuente imagen: Adam Coster.
Ahí lo tenéis. Esto es lo que queda de un trotamundo francés llamado doctor Remigio LeRoy, cuyo cadáver fue enterrado allá por 1860 en el nicho 214 del Panteón de Santa Paula, del ya entonces ex-virreinato español de México. ¿Y qué pinta ahora expuesto detrás de un cristal?
La historia es muy curiosa. Al parecer, en 1865 la ciudad de Guanajuato había comenzado a exhumar los cadáveres de aquellos inquilinos cuyas familias no estaban al día con el pago de las tasas por los nichos. Básicamente lo que hacían era “echar a la calle” a aquellos vecinos olvidados por sus herederos, que no habían pagado los preceptivos 5 años de ocupación. Y es que los vivos, que si pagaban impuestos, necesitaban reservar espacio para su último viaje. ¡Hotel dulce hotel!
Y así empezó la mudanza. El primer cadáver exhumado fue el de nuestro pobre doctor francés, ya que no se le conocían familiares en México que pudieran satisfacer sus deudas.
Cuando las autoridades municipales fueron a desalojarlo (imagino que sin mucha resistencia por su parte) descubrieron asombrados que estaba momificado. LeRoy no podía saberlo, pero su “quiebro” a la putrefacción le sirvió para ser el primero en engrosar las filas de cadáveres que terminarían expuestos en un edificio contiguo al cementerio.
Tras él llegaron muchos más incorruptos (bebés incluídos) cuyos restos se exhiben en lo que hoy se conoce como Museo de las momias de Guanajuato. Y es que hay que recordar que en México existe una cultura de respeto y reverencia (y no de temor) por los muertos.
Supongo que las autoridades (que se dieron cuenta del interés que despertaban, ya que la gente se colaba en las catacumbas para observar a las momias) debieron pensar que si cobraban entrada a los vivos, aquella sería una buena forma de que los morosos “del otro barrio” se pusieran al día con sus obligaciones tributarias.
Y en fin, así comenzó la historia de estas “pobres” momias (nunca mejor dicho). Si alguna vez acudís al museo, paraos un momento junto al pobre trotamundos galo. Hoy ocupa un lugar de preferencia, como cualquier “histórico” que se precie de ser el socio número 1 de un club exclusivo. Junto a su cadáver, envuelto aún en su raído gabán, se puede leer esta placa conmemorativa:
¡Ya ni morirse le dejan a uno!
Me enteré leyendo Studenttravel.
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