05 agosto, 2010

Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

Y las islas Saint Kilda se quedaron solas: "Después de cómo mínimo dos milenios, el 29 de agosto de 1930, fueron evacuados los últimos 36 habitantes de Saint Kilda, una de las comunidades más aisladas del Reino Unido, que hasta mediados del siglo XIX había vivido casi sin contacto con el mundo exterior. Finalmente, las influencias externas habían acabado arruinando su modo de vida propio marcado por la autosuficiencia.

The Street en 1886

No se conoce de la existencia de ningún santo con el nombre de Kilda, por lo que existen diferentes teorías que intentan explicar el nombre del archipiélago, que aparece escrito por primera vez en un mapa holandés de 1666. Una de las que cuenta con más adeptos sostiene que el nombre es una proviene por degeneración de “sunt kelda”, pozo de agua dulce en nórdico antiguo.

El archipiélago está formado por varias islas. La más grande, de unas 670 hectáreas, se llama Hirta y es donde se encuentra el punto más alto de todo el archipiélago, Conachair, de 430 metros. La siguen Soay, de apenas 100, y Boreray, de 86. El archipiélago forma parte de las Hébridas Exteriores aunque está situado a 64 kilómetros del resto de islas de ese archipiélago.

Es precisamente este aislamiento el que ha permitido a Saint Kilda ser el hogar de dos subespecies endémicas, el chochín y el ratón de campo de Saint Kilda. En el pasado había una tercera, el ratón doméstico, pero después de la evacuación de la población humana acabó desapareciendo.

Este aislamiento ha sido también el responsable de la escasa biodiversidad de las islas. La vida vegetal está fuertemente influenciada por la sal del mar del ambiente, los fuertes vientos y la acidez del suelo. No hay árboles en ninguna de las islas, aunque sí unas 130 especies distintas de plantas.


Dún, situado en una de las puntas de Village Bay y de 178 metros de altura. Foto Lyonheart

Los primeros humanos parece que llegaron a la isla durante la Edad de Bronce, aunque, recientemente, se han encontrado restos de un posible asentamiento neolítico anterior, por lo que podrían haber estado habitadas ya hace cinco mil años. En cualquier caso, la primera referencia documental que tenemos de ellas es la de un clérigo islandés que en 1202 dice haberse refugiado en una isla llamada “Hirtir”. De esta época, se han encontrado broches, espadas de hierro y monedas danesas que indican una presencia vikinga más o menos constante en Hirta, aunque no queda ningún otro resto arqueológico de esa presencia.

Históricamente, las islas formaron parte de los dominios clan de los MacLeod de Harris. Los MacLeod las gestionaban a distancia y era su administrador el que solía pasar una temporada en ellas durante el verano. En ocasiones, acudía acompañado de hasta una cincuentena de personas, algunas de ellas pobres y a las que se esperaba que los habitantes de St Kilda les ofrecieran su hospitalidad.

El administrador era el encargado del cobro de las rentas y otros derechos. Hasta el siglo XIX, no se introdujo el dinero en la isla, por lo que estos pagos se hacían en especie. El administrador recibía cebada, avena, pescado, productos de la ganadería y especialmente de las aves marinas, como plumas y aceites, que luego vendía para obtener dinero. Después, destinaba una parte de ese dinero para la compra de productos “importados” para la población.


A los pies de los acantilados (1898)



Cazando frailecillos (1898)

Los propietarios obtenían un beneficio económico, pero también asumían una responsabilidad para con los isleños y era habitual que durante periodos de escasez renunciaran a parte de la renta y les enviaran suministros y comida. En parte era por interés propio, pues le interesaba que los habitantes tuvieran un nivel de vida aceptable y siguieran allí para generar la próxima renta anual.

Algunos consideran que el modelo de organización social de las islas se podría resumir como un comunismo feudal. A pesar de tener un administrador y un “señor”, la mayor parte del año la comunidad se sentía libre, pudiendo vivir a su manera. De acuerdo con este enfoque “comunista”, las tierras se repartían siguiendo un sistema de rotación. Cada arrendatario tenía parcelas repartidas por toda la zona cultivable y cada año cambiaban.

La única isla habitada era Hirta y nunca contó con una gran población. Se calcula que en su punto máximo, a finales del siglo XVII, vivían en ella unas 27 familias, lo que suponía un total de 180 personas. Esta población fue fluctuando en función de la emigración y de las enfermedades. Así, en 1727, una epidemia de viruela la redujo a tan sólo 30 personas. Los propietarios de la isla se apresuraron a repoblarla con gentes de otras islas, a las que atrajeron mediante la oferta de tierras a cambio de una renta razonable y de un estándar de vida aceptable para la época.

Las gentes de Saint Kilda eran sencillas y pobres, según la descripción del clérigo escocés Donald Monro que visitó las islas en 1549. Según este clérigo, contaban con escasos conocimientos de ninguna religión y esto a pesar de que el administrador de los MacLeod durante su visita veraniega a la isla hacía venir un capellán, que, entre otras cosas, bautizaba a los niños.


Reparto de los fulmares cazados. Foto de George Washinton Wilson

En opinión de algunos, el aislamiento y la dependencia de la naturaleza para su supervivencia hacía que muchos de los habitantes de St Kilda tuvieran unas ideas más próximas a las de los antiguos druidas que a las cristianas. Algunas fuentes sostienen que existían hasta cinco altares druídicos hasta poco antes de la llegada en 1822 del reverendo John MacDonald.

MacDonald se tomó su misión muy en serio y durante ocho años realizó visitas periódicas a la isla. Pese a que algunos lo critican por tener escasos conocimientos religiosos, MacDonald consiguió despertar un gran entusiasmo entre la población que lloró amargamente cuando se marchó por última vez ocho años después.

Su sucesor fue el reverendo Neil Mackenzie, que llegó el 3 de julio de 1830. Durante su estancia mejoró enormemente las condiciones de la vida en Saint Kilda. Reorganizó su agricultura de manera que cada arrendatario tenía su propia parcela, mayor que las anteriores y fija, y, además, fue el responsable de la creación de una escuela dominical para la educación religiosa y de la primera escuela de asistencia diaria en la que se enseñaba a leer, escribir y aritmética básica.


Finlay McQueen y su hija trabajando sus campos en 1910

Niños en la escuela

El papel del nuevo reverendo resultó igualmente decisivo para la construcción del nuevo pueblo. El pueblo antiguo estaba formado por unas 30 casas bajas en Village Bay (había otro asentamiento secundario usado solamente durante los veranos en Gleann Bay). En Village Bay, había un poco de todo, desde las típicas casas negras de las Hébridas, hasta otras más peculiares que tenían forma de colmena. Estas últimas eran unas construcciones en piedra seca abovedadas y que, en vez de una cubierta de paja, estaban cubiertas por una capa de césped que las protegía de los vientos y del agua de la lluvia. En algunos casos, las camas estaban construidas en los muros de las casas para dejar espacio para el ganado que se guardaba en primavera e invierno dentro de las casas.

Aparte de las casas del pueblo, Hirta estaba llena de cleits, otro tipo de construcción en piedra seca y que era utilizado como almacén, aunque alguna vez podría haber sido usado como refugio temporal. Los había en forma de colmena o más cuadrados cubiertos con losas alargadas de piedra.

Los cleits, al igual que las casas, también solían estar cubiertos por una capa de césped, pero no así sus paredes laterales. De esta manera, el agua no podía entrar, pero sí el aire, un aire marino impregnado de sal que resultaba ideal para la conservación de la carne de las aves, de sus huevos, del grano, patatas, estiércol o césped seco para el fuego. Según algunos expertos, la entrada solía estar bloqueada por media docena de piedras apiladas unas encima de otras, sólo los más grandes y mejor construidos contaban con una puerta de madera. En total, se calcula que en Hirta había unas 1.200 de estas estructuras y otras 200 repartidas por el resto de islas y stacks.

El edificio más antiguo de las islas, sin embargo, se descubrió en 1844. Se trataba de un subterráneo de aproximadamente 2.000 años de antigüedad y que los isleños supusieron que habría servido como refugio o escondite, aunque hoy en día se cree más posible que se trate de un pozo de hielo.


Acuarela de David Quine que muestra pueblo en 1831 en la que se pueden ver varias black houses cubiertas con techos de paja.


El pueblo en 1886.


The street en 1886

Como en Saint Kilda no crecía ningún árbol, toda la madera que se utilizaba en la construcción venía del exterior, ya fuera arrastrada por las mareas o en barcos. Así no era de extrañar que como pasaba en otras islas, en muchas ocasiones, las vigas de madera del tejado se convertían en la parte más cara de la casa.

El nuevo pueblo se construyó gracias a una donación hecha por Sir Thomas Dyke Ackland. En total se construyeron 30 casas organizadas en torno a una calle en forma de media luna. Las casas eran las típicas casas negras de la Hébridas con una sola habitación que en invierno las familias compartían con su ganado. Fue una mejora importante, las nuevas casas con muros de piedra dobles y con una capa de barro en el interior resultaban mucho más confortables que las antiguas, que no dejaban de ser un “cleit” de mayor tamaño. En 1860, después de que un vendaval dañara seriamente las casas construidas en 1830, se construyeron otras, esta vez de dos habitaciones y con un pequeño recibidor en la entrada y las construidas en 1830 pasaron a dedicarse en exclusiva para cobijar el ganado. Las nuevas casas eran mucho más higiénicas y luminosas que las anteriores. Sin embargo, tenían unas paredes y un tejado de menor grosor que las anteriores, lo que hacía más difíciles de calentar sin el carbón que se llegaba desde tierra firme.

La estancia del sucesor de Mackenzie, John Mackay, sin embargo, no fue tan positiva para la isla y sus gentes. De hecho, muchos consideran a MacKay uno de los mayores responsables de la destrucción del modo de vida tradicional de Saint Kilda. Este reverendo introdujo tres servicios religiosos de 2 a 3 horas de duración cada domingo y que eran de asistencia obligatoria, además de varias reuniones durante la semana. No es de extrañar que todo este tiempo que los isleños tenían que dedicar obligatoriamente a las prácticas religiosas y a su preparación comenzó a afectar al que dedicaban a sus tareas cotidianas.

El rigor de MacKay era tal que en una ocasión, cuando la isla estaba pasando por una temporada de escasez, llegó un barco “al rescate” con víveres un sábado. Pese a la gravedad de la situación, el reverendo consideró que los parroquianos tenían que dedicar lo que quedaba del día a prepararse para el domingo y les prohibió acudir a su descarga. No quedó otra opción que esperar hasta el lunes para que el barco fuera descargado.


Foto de Kyle Christie




Cleits, foto de Steve Goldthorp

Los veinte años que Mackay permaneció en la isla fueron malos para Saint Kilda, pero no fue mejor el efecto del turismo. El siglo XIX trajo consigo el fin del aislamiento secular del archipiélago y los vapores cargados de turistas comenzaron a visitar Saint Kilda durante los meses de verano. Los ingleses de la época victoriana quedaron fascinados por aquellos compatriotas suyos que hablaban gaélico y comían frailecillos cocidos con gachas de avena y que vivían en estructuras de piedras con forma de colmena.

Unas gentes que cada mañana se reunían en su “parlamento” para decidir cómo se repartían las tareas comunitarias. Una reunión que no era liderada por nadie y en la que todos tenían el derecho de tomar la palabra. A menudo las discusiones creaban discordia, pero ninguna lo suficientemente para dividir de forma permanente a la comunidad. Aunque no era una sociedad tan utópica como se pudiera pensar, lo cierto es que no se tiene constancia de que se cometiera ningún crimen en las islas ni de que ninguno de sus habitantes luchara en ninguna guerra durante cuatro siglos de historia.

La vida en Saint Kilda era sencilla, como la dieta de sus habitantes. Un dieta basada en la agricultura de subsistencia y que se complementaba con los huevos y la carne fresca o curada de las aves marinas que anidaban en la isla durante la época de cría, durante la cual se calcula que pasaban casi un millón de aves por ella. Los isleños trepaban y se descolgaban con gran habilidad por los acantilados y los stacks marinos sujetos por cuerdas para recoger los huevos y los polluelos de alcatraz, fulmar o frailecillo. Era una actividad arriesgada y se producían accidentes, pero no tantos como se pudiera pensar.

Las plumas se vendían para hacer colchones y el aceite del estómago de los fulmares era un producto muy preciado por sus propiedades medicinales. Los isleños mataban una cantidad de aves marinas nada desdeñable. Según algunas estimaciones que parecen bastante razonables, en la década de 1830, podían rondar los 4.000 alcatraces y los 12.000 fulmares. Aunque por la cuenta que les traía, en ningún momento parece que estas cacerías llegaran a diezmar la población de aves marinas de las islas.



St. Kilda, Its People and Birds (1908). Filmación en la que se puede ver a los isleños descendiendo por los acantilados para cazar fulmares. Ver en youtube.com

Los isleños también se alimentaban de carne de oveja, ternera, cereales y productos frescos, todos productos locales. La leche de oveja se utilizaba además para hacer queso. En varias ocasiones, intentaron, aunque con diferente éxito, cultivar patatas, coles o nabos para complementar la dieta. Sin embargo, la pesca, en parte por no contar con un muelle adecuado hasta 1901 y por lo peligroso e impredecible de las aguas que rodeaban las islas, no fue nunca una fuente principal de alimento. En cualquier caso, el modo de vida de los habitantes de Saint Kilda difería en poco del de cualquier otra isla del Atlántico Norte.

En un principio, el turismo tuvo un efecto positivo al proporcionar a los isleños la posibilidad de obtener unos ingresos extra vendiendo tweeds (tejidos tradicionales), calcetines, guantes, huevos de los pájaros y otros productos ornitológicos a los turistas. Sin embargo, el precio a pagar acabó resultando demasiado alto. Por un lado, la auto-estima de la comunidad se vio extremadamente resentida al sentirse como unas meras curiosidades, pero aún fue peor el efecto que tuvieron las enfermedades que los barcos traían.


El 'parliament'

Durante el siglo XIX, parece que la salud de los habitantes de Saint Kilda era mejor que la del resto de habitantes de las Hébridas. Sin embargo, ahora se trataba de enfermedades nuevas, hasta entonces desconocidas en la isla, como, por ejemplo, el tétanos infantil, una enfermedad que supuso un incremento del 80% de la mortalidad infantil en Hirta.

Además, poco a poco, la isla comenzó a perder su autosuficiencia, pasando a depender cada vez más de la comida, el combustible y los materiales de construcción que venían de fuera. En 1852, 36 de sus habitantes emigraron a Australia, aunque muchos murieron en el camino. Con esta marcha comenzó la lenta decadencia de la isla. A medida que la población comenzó a disminuir, se hizo más evidente el sentimiento de aislamiento, especialmente al no contar con un medio de comunicación que les conectara con tierra firme. Sólo les quedaba la opción de enviar una especie de mensajes en una botella. El primero de ellos en 1876, durante un período de escasez. Dentro de una caja estanca de madera con forma de bote atada a una vejiga de oveja que hacía de flotador, enviaron una carta pidiendo ayuda. Fueron muchos los mensajes que arrastrados por las corrientes llegaron hasta Escandinavia y Escocia.


The Street en la actualidad. Foto de Rob Sutton

Vista de Village Bay en la actualidad. Foto de weychan

A principios del siglo XX, sin embargo, la isla y su población parecían volver a recuperar el optimismo. Atrás quedaban los primeros planes de evacuación de Hirta del 1875. Se creó la primera escuela “formal en la isla, donde los niños comenzaron a aprender inglés aparte de su lengua materna, el gaélico. La enfermera residente y el nuevo ministro introdujeron mejoras sanitarias que redujeron la incidencia del tétanos infantil. A pesar de algunos periodos de escasez y una epidemia de gripe en 1913, la población se mantenía estable en torno a las 80 personas.

Después llegaría la Gran Guerra, cuando la Royal Navy instaló una emisora en Hirta y por primera vez la isla estuvo conectada con la tierra firme. La instalación duró poco porque el 15 de mayo de 1918 un submarino bombardeó la isla y la destruyó. 77 proyectiles cayeron sobre Hirta, varias edificaciones sufrieron daños, pero afortunadamente no hubo pérdidas humanas. Como protección para posibles ataques futuros, se instaló una batería de artillería, aunque nunca hizo falta dispararla. Durante esta época comenzó también el desarrollo de una economía basada en el dinero, que hacía la vida más fácil, pero más dependiente del exterior.


Stac Lee. Foto de Iancowe

La llegada de los militares, produjo un efecto similar al que años antes había producido la llegada de los primeros turistas, al hacer más evidente a ojos de los habitantes las privaciones que padecían en su vida diaria. A pesar de la construcción en 1902 de un pequeño espigón, las islas seguían estando incomunicadas durante los períodos de mal tiempo. Después de la guerra, la mayoría de los hombres jóvenes emigraron y la población pasó de las 73 personas que había en 1920 a tan sólo 37 en 1928.

Al marcharse la mayoría de jóvenes, se hizo mucho más complicado continuar con el antiguo esquema de reparto de las tareas cotidianas según el cual los más capacitados se encargaban de conseguir el alimento para aquellos que no podían valerse por sí mismos, ya fuera porque eran personas mayores o por estar enfermos. De esta manera, las condiciones de vida de los quedaron se resintieron.

Posteriormente, en 1926, murieron cuatro hombres de los que se habían quedado de gripe. Todo esto coincidiendo con una serie de malas cosechas. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue la muerte por apendicitis de una chica embarazada en 1930. Los isleños hicieron señales a un barco que pasaba por la zona para que acudiera a ayudar a la joven, pero las olas hicieron imposible enviar un bote en su búsqueda. Tuvieron más suerte unos días más tarde, esta vez otro barco que pasaba sí que pudo enviar un bote para recogerla, sin embargo, para cuando la joven llegó al hospital de Glasgow era ya demasiado tarde para salvarla a ella o al bebé.


Embarcando para quizás no volver jamás a Saint Kilda

Finalmente, el 10 de mayo de 1930 la comunidad decidió enviar una carta colectiva a William Adamson, el Secretario de Estado para Escocia, solicitando su evacuación. En ese momento la isla pertenecía a Sir Reginald MacLeod, quien afirmó, con algo de tristeza, que aquellas familias que se marchaban habían sido arrendatarias de su familia durante mil años. Su afirmación no se puede verificar, pero es probable que tenga algo de cierto.

Los habitantes de las islas fueron realojados en Argyll. El gobierno se encargó de proporcionarles casa y trabajo. Los hombres pasaron a trabajar para el servicio forestal. Era la primera vez que tenían un jefe y era, además, un curioso trabajo para alguien que había vivido toda su vida en una isla en la que no crecían los árboles.

La adaptación no fue fácil. Los isleños no estaban habituados a una economía basada en el dinero. En las islas todo se repartía a partes iguales y todos se ayudaban entre sí. Sin embargo, en tierra firme todo era muy distinto. El sueldo no era suficiente, pero tampoco contaban con ahorros ni pensiones. Además, su resistencia a las enfermedades era menor que la de las gentes del lugar. Varios niños murieron de tuberculosis en los años siguientes a la evacuación. No es de extrañar que los isleños no tardaran en sentirse desilusionados. La evacuación no había resultado ser la solución a todos sus problemas, como ellos esperaban.



St Kilda Britain’s Lonliest Isle 1928, documental que muestra la visita del primer barco, después de 9 meses de aislamiento. Ver en youtube.com

Con el paso del tiempo y los esfuerzos del gobierno, los más jóvenes se fueron adaptando y pudieron optar a una vida mejor, sin importarles, aparentemente, que esto supusiera la desaparición de un modo de vida único y ancestral.

Por su parte, el antiguo señor, Reginald Macleod, vendió las islas a Lord Dumfries un año después de la evacuación. Durante los años siguientes, las islas permanecieron en soledad durante la mayor parte del año. Sólo en verano, con el regreso de alguna de las antiguas familias, la vida parecía volver a la isla. Aunque poco a poco, las visitas fueron disminuyendo y en 1939 los tejados de las casas comenzaron a hundirse. Hasta 1957, las islas no volverían a estar habitadas. Unos años antes, el gobierno británico incorporó Saint Kilda a su sistema de seguimiento de misiles, para lo que se construyeron una serie de instalaciones militares.


Una de las casas durante el invierno. Foto de jonesor

Hoy en día, aunque no cuenta con residentes permanentes, Hirta continúa habitada durante todo el año por un pequeño número de civiles que trabajan en la base militar. La población aumenta en verano con la llegada de científicos y equipos de voluntarios que colaboran en los trabajos de conservación de las casas y muros que aún quedan en la isla. De los habitantes que vivían en la isla antes de la evacuación, en 2009 sólo quedaban vivos dos.

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+info:
- St Kilda, Scotland in en.wikipedia.org
- St Kilda, a World unto Itself (PDF) by Nick Atiken in stonexus
- St Kilda in Abandoned Communities
- St Kilda by The National Trust for Scotland
- St Kilda: the edge of the world in guardian.co.uk
- The Cleitean of the St. Kilda Archipelago in the Outer Hebrides by Chistrian Lassure
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