Eva Saxl fue una mujer judía nacida en 1921 en Checoslovaquia, que se vio obligada a emigrar a China cuando los nazis ocuparon su Praga natal en 1940.
Eva y su marido Víctor (en la foto) tuvieron la fortuna de zarpar en el último barco de refugiados que pudo cruzar el canal de Suez al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Aquel barco les llevó al gueto judío de Shangai, en China, donde a Eva le esperaba una penosa situación que comenzó cuando se le diagnosticó diabetes de tipo 1.
Como digo, poco después de su llegada a China a Eva se le comunicó que tendría que inyectarse insulina regularmente para tratarse de su enfermedad. Pero en un trágico giro de la guerra, los japoneses (que ocupaban Shanghai en aquel tiempo) cerraron todas las farmacias de la ciudad, por lo que para obtener insulina había que recurrir al mercado negro.
En aquellas circunstancias, la sustancia que nuestra protagonista necesitaba para sobrevivir no solo era escasa y cara, sino que además era peligrosa, ya que en muchas ocasiones estaba contaminada y provocaba la muerte a quien se la inyectaba.
Pero una decidida Eva Saxl, que se resistía a aceptar su terrible destino, decidió que si quería sobrevivir tendría que hacer algo extraordinario: fabricar su propia insulina.
Pero Eva no era médica o científica, sino un brillante lingüista. ¿Cómo lo hizo entonces?
De algún modo, la joven de Praga consiguió una copia del libro “Medicina Interna” del Dr. Beckman, en el que el autor describía los métodos seguidos en 1921 por los doctores Frederick Banting y Charles Best para extraer, por primera vez, insulina del pancreas de perros, terneros y vacas. Además, convenció a un amable farmaceútico chino de que le permitiese usar su pequeño laboratorio.
Pero todo aquello no bastaba, además del laboratorio y los conocimientos médicos, Eva necesitaba dinero para poder comprar páncreas de búfalos de agua (los únicos que podía adquirir en Shanghai) así que nuestra irreductible heroína se vio obligada a vender medias que ella misma tejía.
Necesitó casi un año de duro trabajo para obtener insulina, una sustancia amarronada que probó en conejos durante todo ese tiempo. Pero llegó el momento que tanto temía, la insulina convencional que hasta aquel momento había obtenido en el mercado negro estaba a punto de agotarse. Eva se vio forzada a probar en su propio cuerpo la sustancia que fabricaba en aquel pequeño laboratorio.
Afortunadamente las pruebas fueron un éxito, aquella insulina “tintada” simplemente funcionaba.
Lejos de contentarse con haber salvado su propia vida, Eva continuó trabajando para suministrar insulina a más de 200 diabéticos en Shanghai, incluyendo a dos niños hospitalizados que se encontraban en coma por diabetes. Todos ellos lograron sobrevivir entre 1941 y 1945 gracias a aquella insulina de búfalo que tantos sudores había costado.
Eva, una mujer de enorme generosidad, jamás cobró nada a los enfermos por su insulina, simplemente pedía a quien la requería que hiciera alguna donación al propietario chino del laboratorio.
Cuando acabó la guerra, Eva emigró a los Estados Unidos, donde se dedicó a dar conferencias gratuitas a niños y organizaciones de diabéticos. Se convirtió en toda una celebridad y llegó a viajar por todo el mundo con el apoyo de la Asociación Estadounidense para la Diabetes.
En 1968 se trasladó a Chile para poder vivir cerca de su hermano. Allí continuó dando conferencias gratuitas para la Fundación Juvenil de Diabéticos de Chile hasta el momento de su muerte, en el año 2002.
El coraje y la determinación de Eva, cuya historia descubrí gracias a este vídeo, hacen que me reconcilie con la especie humana, a pesar de que también seamos capaces de hacer barbaridades como esta.
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