El mar reflejaba mansamente el brillo del sol, pese a los innumerables restos de madera, pese a los hilos de brea y aceite, pese a la sangre. A nuestras espaldas, tras la playa y los pequeños campos de cultivo, se elevaban los muros de una Alalia irremisiblemente condenada a su abandono.
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Trirreme.
Trirreme.
(Viene de La batalla de Alalia, parte I.)
Desde la ensenada pudimos comprobar el estado lamentable de nuestras galeras. Los compañeros de cada navío se afanaban en achicar el agua que se había introducido en cada uno de los barcos debido a las numerosas vías abiertas en los cascos. Apenas llegué a contar una quincena de naves, todas ellas, en mayor o menor medida, destrozadas.
Veía a su vez como la flota combinada enemiga se alineaba enfrente nuestro, a algo menos de dos estadios [1] de distancia. Tuvieron que ver lo que hacía unos instantes nosotros observábamos: el estado calamitoso de nuestra flota. Y tuvieron que percatarse de su absoluta victoria pues, en escasos instantes, viraron sus bajeles cuyas popas nos miraron con desprecio y comenzaron a alejarse, dando buena cuenta de alguna que otra pentecóntera focea sin gobernáculo, a expensas de la corriente, en las que habían izado sin apenas esperanzas la vela en busca del más mínimo hálito de viento que ayudara a sus remeros a alejarse de los espolones tirrenos y fenicios. Impotentes contemplamos aquellas cosas sin poder hacer más que encomendar sus almas a Tetis.
Nuestros entumecidos miembros tomaron contacto con la cálida arena de la playa y, sin que tuvieran tiempo a aclimatarse a tierra firme, comenzaron la peregrinación a la ciudad, más allá de las primeras tierras de cultivos. Alguno de nosotros aún pensaba en la maniobra enemiga de retirada que habíamos presenciado, tomándola optimistamente como un empate. Los más cautos, sin embargo, pensaban lo contrario. Tendrían durante mucho tiempo en la memoria las decenas de navíos enemigos en perfectas condiciones que hacía unos instantes los vigilaban.
Tuve que ver amanecer la jornada siguiente para que a mis oídos llegaran noticias fiables del desarrollo de la batalla. La ciudad saludó al nuevo día con un inusual ajetreo; pocos eran los que dormían, ni tan siquiera aquellos de «los compañeros» que más necesitaban el descanso. Se hicieron corrillos de opinión en cada esquina, mientras que en el ágora charlatanes apocalípticos anunciaban la destrucción de la ciudad. En cada taberna aquella mañana hubo pequeñas asambleas. Me quedé con las impresiones que nos dio uno de los navarcas sobrevivientes:
«Sabed que el primer ímpetu fue griego. Nuestras naves —como bien sabéis y vuestros brazos dan fe de ello— avanzaron con gran velocidad hacia las líneas enemigas. Confiábamos que en el fragor de la batalla, y juntando líneas, el abordaje sería decisivo para nuestro triunfo. Pero tras el primer encontronazo, en el cual —y es preciso que recordéis— cayeron muchas naves cartaginesas y unas pocas etruscas, mientras que las nuestras salían airosas, los tirrenos se retiraron haciendo de cebo a algunas de nuestras pentecónteras, permitiendo que las pesadas naves fenicias pudieran coger el espacio suficiente para poder maniobrar con sus fatídicos espolones. No habíamos contado con su extraordinaria maniobrabilidad, y en cuanto nuestras naves les dieron oportunidad al avanzar en lo que nos parecía una fácil victoria, nos hicieron frente con mayor rapidez de la que ninguno de nosotros —y os incluyo— hubiéramos supuesto. Fue entonces cuando los etruscos giraron para volver a la batalla, libres de sus perseguidores, ya que habíamos sido frenados por las naves que aguardaban en su segunda línea, en las alas de la misma. A partir de entonces, nosotros, que habíamos puesto todas nuestras esperanzas en el abordaje, fuimos un festín para los enemigos.»
Pero había otras opiniones menos pesimistas para explicar el desenlace de la batalla. Aquellas decían que las bajas cartaginesas y etruscas habían superado en mucho a las nuestras, y que habíamos hundido más barcos que ellos.
El caso es que nuestra flota estaba destrozada; a la quincena de pentecónteras que habíamos contado en la playa se les unieron otras tres que milagrosamente habían escapado gracias a la pericia de sus pilotos, librándose por poco del acoso fenicio. Las naves, además, necesitaban ser calafateadas y reparadas de nuevo. No quedaba otra opción que abandonar la ciudad [2], que alejarse de Córcega y buscar cobijo en Massalia.
La historiografía poco nos indica acerca de La Batalla de Alalia, la arqueología tampoco. Intentaremos, no obstante, dar nuestra visión de cómo pudieron acaecer los hechos más importantes.
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Trirreme
Trirreme
El desarrollo de la confrontación lo desconocemos por completo. Solo nos han llegado opiniones vertidas por historiadores grecorromanos que minimizan la derrota focense. Los datos que dan son los de una flota combinada etrusco-cartaginesa compuesta por ciento veinte naves que se enfrentó a la mitad de griegas. La batalla, según estas fuentes, fue ganada por los helenos, pero de una manera muy costosa, ya que cuarenta de sus naves fueron hundidas y las otras veinte quedaron inservibles. La ausencia de escritos cartagineses y etruscos que debemos a los romanos nos impiden cotejar estos datos. Pocos, ante la lectura de estos datos, pueden llegar a creer en que la victoria recayera de lado focense.
Sabemos también que las naves de las que disponían los griegos eran, en su mayoría, pentecónteras. Las trirremes habían sido inventadas hacia relativamente pocos años —no se sabe bien si por fenicios o por corintios—, y resultaban muy costosas y poco testadas. No sería, con mejoras y probaturas diversas, hasta la Batalla de Lade y, sobre todo, hasta Salamina cuando este tipo de nave resultara masivamente utilizada. El método más ocurrente hasta entonces para decantar una batalla naval para los griegos era el abordaje. El espolón era un elemento secundario, y más en formaciones cerradas. Solo se haría protagonista casi único cuando la maniobrabilidad de la nave fue mayor. Pero ocurre que las birremes utilizadas por los cartagineses sí que eran maniobrables, por cuestiones expuestas con anterioridad. Esta peculiaridad les dio la posibilidad de embestir con ciertas garantías a la escuadra focea. Sólo este hecho explicaría la destrucción, y no captura, de los barcos griegos, que no tuvieron opción a desplegar sus tácticas, supuestamente superiores.
La batalla de Alalia supuso de facto la retirada temporal del comercio griego en el mediterráneo occidental. Sabemos que en cincuenta años derrotarían en Sicilia a etruscos y cartagineses. Pero no serían los focenses sino los siracusanos, himerienses y demás griegos de las colonias de Sicilia. Los focenses a partir de Alalia se comportarían muy prudentemente. Destrozada su flota, tuvieron que buscar cobijo en terreno itálico, fundando la ciudad de Elea. La pérdida de tantas naves induce a pensar que las rutas marítimas comerciales focenses quedaron maltrechas.
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Localización de Alalia en la isla de Córcega.
Localización de Alalia en la isla de Córcega.
La primera consecuencia de la Batalla de Alalia fue el abandono focense de Córcega. Tenemos que tener en cuenta que este abandono no suponía per se una catástrofe; era una apoikia creada en fecha reciente, en la que apenas hubo tiempo de criar a una generación. Sí que dio al traste con las esperanza expansivas focenses en el mar tirrénico y, al parecer, en Iberia, pero griegos había de sobra en Sicilia y en la Magna Grecia para perpetuar la influencia helena. La segunda consecuencia, y esta tan solo probable, sería la caída de Tarteso, a la cual Cartago debió de asfixiar ya que tuvieron que hacer lo imposible para impedir su contacto directo con los griegos y controlar la producción agrícola y mineral de la zona. Unos treinta años después, en un tratado firmado por cartagineses y romanos, se exponía claramente la dominación púnica de Iberia, hecho que posiblemente refleje el colapso tartesio.
Existen datos para poder pensar que con anterioridad a esta batalla los focenses disponían de numerosas factorías en el levante de España y en el sur, aunque hay dificultades para asegurar que se traten de algo más que barrios periféricos comerciales que ni tan siquiera llegaban a la consideración de emporios. Los historiadores clásicos nos transmiten el fluido intercambio comercial entre estos griegos y Tarteso. Aun más, estaban ligados como buenos aliados. A raíz de la batalla de Alalia todo este intercambio se vio interrumpido. Y, creemos, no porque los fenicios cerraran el paso en el estrecho, pues esto no sucedió hasta la caída de Tarteso, ni porque perjudicaran más allá de sus propios intereses al comercio griego. Simplemente, el esfuerzo material y humano que los focenses habían realizado en Alalia les debilitó. Esto sería aprovechado por los cartagineses para aislar a Tarteso y dar protagonismo a su propio establecimiento en la península. En cuanto al comercio en Etruria y sus zonas de influencia, este apenas se debió de ver malparado, ya que las manufacturas griegas les eran vitales. A partir de entonces las colonias focenses se miraron al ombligo y de intrépidos marineros pasaron a convertirse en ricos mercaderes, en espléndidos intermediarios. Tal es así que Massilia perduraría «independiente», al menos en apariencia, hasta tiempos de Julio César, que la castigó por su ayuda a Pompeyo. Y tal es así que en Elea se dio la posibilidad de crear una de las escuelas filosóficas más importantes de la Historia, la eleática, cuya primera figura sería el poeta y teólogo Jenófanes, nacido en Colofón y emigrado a causa de la presión persa, al que le seguirían Parménides y ya más tarde Zenón. Esta Elea también se haría con el tiempo fiel aliada de Roma.
[1] Un estadio: 177 metros con 66 centímetros.
[2] Es preciso recordar que Alalia había sido fundada hacía relativamente poco tiempo por foceos que habían llegado, como se cuenta en el primer capítulo, en dos oleadas. Alalia era una de las apoikiai griegas en occidente, y como tal dependía del comercio y de su flota. Sin ello, poco sentido tenía su permanencia en la isla, como se comenta a continuación.
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El autor expondrá su opinión, si procede, en forma de comentario a esta entrada o, casi siempre, en la denominada «Ventana del Autor».
La mayoría de las imágenes pertenecen al la serie de libros de Fernando Quesada publicados lo la Esfera de los Libros.
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