Probablemente la razón sea que no tenemos ni idea acerca del tipo de señal concreta por la que optarían dar señales de su existencia y, consecuentemente, tampoco cómo escucharles. Al fin y al cabo, si una persona viajase desde los años 30 del siglo pasado a nuestra época y decidiese montar una emisora receptora de radio, ¿cómo sabría de la existencia de la FM, por ejemplo? ¿Y qué decir de los dispositivos basados en la radiación láser, las fibras ópticas o los satélites de comunicaciones?
¿No resultaría perfectamente posible que a nosotros nos sucediese algo similar con otras CETs? Más aún, ¿no podrían ellas optar por ocultar, de alguna manera, sus transmisiones a las civilizaciones poco desarrolladas como la nuestra para no interferir en nuestro desarrollo?
Evidentemente, la cosa cambia si lo que pretenden, por el contrario, es ser escuchados. Una cosa sí debemos dar por sentado y es que todas las civilizaciones deben obedecer las mismas leyes de la física en cualquier lugar del universo. Así, el número y tipos de señales que se pueden llegar a utilizar no es tan amplio como podría pensarse en un principio. Examinaré a continuación cuatro clases: señales electromagnéticas (EM), ondas gravitatorias, haces de partículas y taquiones.
1. Señales EM
Parecen la forma más obvia de intentar establecer una comunicación. Las ondas EM se propagan a la máxima velocidad posible (la velocidad de la luz) y pueden hacerlo a lo largo y ancho de las enormes distancias intergalácticas. Si no fuera así no veríamos las estrellas y galaxias que, de hecho, vemos en el cielo.
Los seres humanos empleamos prácticamente la totalidad del espectro EM en nuestras observaciones astronómicas: infrarrojo, visible, rayos X y gamma, etc. ¿Por qué no vamos a poder hacer lo mismo que hacemos con objetos naturales con las hipotéticas señales artificiales procedentes de otras CETs? De hecho, ya tratamos en un post anterior la posibilidad de que los alienígenas construyesen esferas de Dyson. Pues bien, la esfera debe radiar hacia el exterior la energía que toma prestada de su estrella central. Más probablemente en forma de radiación infrarroja a causa de su temperatura (sobre los 200-300 K). Así que una buena manera de encontrar estas radiaciones podría ser buscando en la banda de las longitudes de onda alrededor de los 10 micrómetros.
En 1991 los japoneses Jugaku y Nishimura publicaron un estudio sobre la búsqueda de potenciales esferas de Dyson en el catálogo de fuentes estelares emisoras de radiación infrarroja. En 1996 Mauersberger y sus colaboradores también publicaron sus resultados en el número 306 de la revista Astronomy and Astrophysics acerca de la búsqueda realizada a la frecuencia de 203 GHz. Ninguna de las dos publicaciones arrojó resultados inesperados. Al fin y al cabo, las CETs podrían muy bien conocer la forma de exprimir completamente la energía de su estrella y no dejar escapar radiación por encima de la correspondiente al fondo cósmico de microondas (próximo a una temperatura de 3 K). Aun así podríamos buscar puntos en el cielo que emitiesen justo por encima de esta temperatura residual del Big Bang.
En 1980 Whitmire y Wright propusieron otra solución. Supusieron que una CET que utilizase profusamente reactores nucleares de fisión para producir energía podrían optar por deshacerse de los residuos enviándolos a bordo de cohetes con el fin de arrojarlos sobre su estrella madre. En tal caso, cuando observásemos el espectro de esta estrella deberíamos encontrar rastros de elementos como el praseodimio o el neodimio. Y podríamos hacerlo durante miles de millones de años.
2. Ondas gravitatorias
Las dos únicas fuerzas fundamentales en el universo cuyo rango de acción es infinito son la electromagnética y la gravitatoria (las otras dos, las interacciones nucleares fuerte y débil, tan sólo presentan un alcance comparable a las diminutas dimensiones del núcleo atómico). ¿Por qué no optar por enviar señales de tipo gravitatorio para comunicarse?
Para construir un sistema de transmisión de ondas gravitatorias es necesario disponer de masas enormes (del orden de la masa de una estrella) y 'perturbarlas' violentamente. No sabemos a ciencia cierta si una CET sería capaz de realizar semejante hazaña ni por qué iba a molestarse siquiera en intentarlo cuando, en definitiva, las ondas EM pueden llevar a cabo la misma misión y resultan mucho más fáciles de generar. Además, las ondas gravitatorias son mucho más difíciles de detectar. De hecho, en la Tierra todavía no lo hemos logrado y, si llegásemos a hacerlo con LIGO, aun así tan sólo será posible detectar los más violentos fenómenos astronómicos.
3. Haces de partículas
Los rayos cósmicos en forma de electrones, protones y núcleos atómicos, entre otros, pueden alcanzar la Tierra desde distancias interestelares sin problemas. Sin embargo, partículas cargadas eléctricamente no parecen constituir una forma de comunicación demasiado fiable ya que no sería posible garantizar el destino de dichas partículas. Los campos magnéticos presentes por toda la galaxia harían que sus trayectorias fueran completamente imprevisibles.
En cambio, los neutrinos (partículas subatómicas sin carga eléctrica) parecen una mejor opción, aunque ésta se desvanece cuando se considera lo extraordinariamente poco que interaccionan con la materia. Así y todo, los astrónomos han logrado desarrollar telescopios de neutrinos con los que han sido capaces de detectar estas elusivas y escurridizas partículas. ¿No podría una CET optar por enviar señales moduladas de haces de neutrinos? Quizá, pero una vez más cabe preguntarse de nuevo por qué no optarían mejor los alienígenas por hacerlo con la ayuda de ondas EM, mucho más baratas y menos exigentes desde el punto de vista tecnológico.
4. Taquiones
Podríamos, en todo caso, especular un tanto audazmente, que las CETs con un grado extraordinario de desarrollo científico-tecnológico serían perfectamente capaces de utilizar taquiones para comunicarse entre sí.
Si estas hipotéticas partículas existiesen y resultase posible modular un haz de ellas para transmitir información, sin duda constituirían una opción tremendamente atractiva en lo que respecta a las comunicaciones interestelares. Las señales taquiónicas obviarían de un plumazo la irritante pega del retraso de las señales electromagnéticas (que pueden llegar a ser de cientos o miles de años debido al valor finito de la velocidad de la luz). Desafortunadamente, no parece existir evidencia alguna de la existencia de taquiones.
Quizá ahí afuera hayan decenas de CETs comunicándose unas con otras mediante el empleo de ondas gravitatorias, neutrinos o incluso taquiones. O quizá estén enviando otras clases de señales con las que ni tan siquiera soñamos. Como no somos capaces de detectar estas señales, cabe la posibilidad que ésta sea la razón por la que aún no hemos escuchado a los alienígenas. Por otra parte, incluso para las civilizaciones avanzadas, la forma más lógica de comunicarse (siempre desde el punto de vista de los seres humanos, con nuestro actual grado de desarrollo) parece ser a través de las ondas EM. Son relativamente baratas, fáciles de producir y de detectar por civilizaciones más primitivas.
Por todas estas razones expuestas en los párrafos previos, deberíamos optar por sintonizar la radiación EM procedente de allende las galaxias. Ahora bien, siempre permanecerá en el aire una inquietante y perturbadora pregunta: ¿en qué frecuencia debemos escuchar?
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