Muchos escépticos, especialmente en Estados Unidos, han empezado a preguntarse por qué estamos perdiendo la batalla contra las pseudociencias y en particular con el Diseño Inteligente, que sigue abriéndose camino en las escuelas. En respuesta a este problema, algunos científicos como James D. Watson (co-descubridor del ADN) se han preguntado alguna vez qué pasa con el sentido común de las personas que son capaces de creer cualquier tipo de mamarrachada antes que la explicación científica de los hechos.
Al hilo de este argumento, Scott O. Lilenfeld explicaba en un interesante artículo publicado en 2006 que es precisamente el sentido común el que conduce muchas veces a estas posturas irracionales y que muchos de los hallazgos científicos van contra lo que nos parecería lógico en primera instancia.
La otra razón por la que la gente acepta el Diseño Inteligente es por su compatibilidad con la intuición. En contra de lo que apunta Watson, es la teoría de la Evolución de Darwin, y no el DI, lo que resulta claramente incompatible con el sentido común… Desde el punto de vista de la intuición común, es mucho más aceptable creer que estructuras biológicas tan complejas como la cola de un pavo real o la trompa de un elefante fueron formadas por una fuerza teológica que por un proceso de mutación y selección natural actuando durante millones de años sin ningún propósito.
Independientemente de si está en lo cierto o no, Lilenfeld apunta en el artículo algunas certezas científicas que son de todo menos intuitivas:
La ciencia natural está llena de cientos de ejemplos que demuestran que el sentido común nos engaña con frecuencia. La tierra parece plana en lugar de redonda. El Sol parece dar vueltas alrededor de la Tierra y no al revés. Los objetos en movimiento parecen decelerarse por su propia cuenta, cuando de hecho permanecerían en movimiento salvo que se encuentren con una fuerza opuesta.
A poco que uno profundice en la mecánica cuántica, por ejemplo, descubrirá que las leyes que rigen en lo más pequeño están realmente lejos de lo que nos indicaría la intuición. Y, sin embargo, generaciones de científicos han trabajado contra su propio sentido común hasta obtener una respuesta contrastada.
Para combatir este auge de las pseudociencias en general (astrólogos, brujos, vendedores de pulseritas holográficas), el autor del artículo considera que hay que recalcar la importancia del método científico y recalcar en los niveles educativos más básicos que este método es una herramienta esencial “para prevenir que nos engañemos a nosotros mismos”. Una propuesta que se resume en el siguiente párrafo y que no me parece que vaya desencaminada:
Ellos [los educadores] deben enseñar a los estudiantes no sólo el núcleo del conocimiento de su asignatura, sino también a entender por qué los investigadores desarrollaron métodos científicos en primer lugar, como garantía esencial contra el error humano… Deben inculcar a los estudiantes un profundo sentido de humildad cuando piensen en sus propias interpretaciones y percepciones del mundo. Deberían enseñarles ilusiones ópticas, que demuestran que nuestras percepciones pueden ser engañosas. Deberían enseñarles cómo sus nociones de sentido común sobre los objetos que se mueven… son, a menudo, incorrectas. Deberían enseñarles que incluso los testimonios de los testigos más fiables son muchas veces erróneos.
Enlace: Why Scientists Shouldn’t Be Surprised by the Popularity of Intelligent Design (Scott O. Lilenfeld) [Vía]
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