Supongo que todavía será una práctica común en algunos colegios, aunque puede que con otros medios, pero recuerdo con especial cariño cierta tarde, siendo un niño, en la que en clase de historia recortábamos con cuidado por los puntos marcados en una cartulina de colores, las formas de lo que, una vez montado y pegado, sería la maqueta del templo románico “perfecto”. Era San Martín de Tours, en Frómista, iglesia palentina retratada hasta el infinito, corazón del Camino de Santiago castellano y lugar visitado por turistas de medio mundo todos los años. Seguro que su estampa te suena, he aquí esta joya que se alza orgullosa de su pasado.
San Martín de Frómista (Palencia) – Fotografía de Santiperez (CC)
San Martín de Frómista (Palencia) – Fotografía de Santiperez (CC)
Pero este porte elegante no siempre fue así, es más, durante siglos el aspecto depurado y limpio que hoy contemplamos era algo más desastroso, por decirlo de forma suave. Entre 1895 y 1904 el arquitecto Manuel Aníbal Álvarez y Amoroso dirigió una serie de procesos de restauración sobre el templo original para convertirlo en lo que hoy es. Y, precisamente de esos trabajos, surgió el lío entre historiadores del arte porque, durante mucho tiempo, se acusó al arquitecto prácticamente de haberse inventado la iglesia, que según algunos nunca existió en su forma actual. Así que, la supuesta perfección original, no sería más que un invento romántico decimonónico. No entraré en ese tema porque me sobrepasa la polémica, por otro lado ya bastante anticuada, pero sí quisiera mostrar algo acerca del pobre estado en que se encontraba el templo cuando se decidió restaurarlo, hace ya más de un siglo.
Cierto es que el bueno de Aníbal actuó con la mejor de las intenciones, aunque hoy día no se hubiera realizado el proceso de igual modo a como lo planteó, pero ha de tenerse en cuenta cómo se veían las cosas en su época. La historia de esta iglesia viene de lejos, pues ya hay referencias a su construcción que datan del siglo XI. Con el paso del tiempo se fueron añadiendo aditamentos a la nave original románica, aquí y allá, para dar forma a un extraño collage con porciones góticas hasta que, en 1874, el estado del edificio era tan ruinoso que se cerró al culto.
Desde entonces se convirtió en un palomar, y con esto no me refiero a que se dedicara a guardar palomas, sino que, como decimos en mi pueblo: “era un palomar”, esto es, un verdadero desastre, mezcolanza de muros abigarrados, semejante a un feo y viejo granero, hogar para aves del campo y con peligro de venirse abajo cualquier día. Un desastre que fue remediado con el proceso de restauración, o más bien de rescate porque a punto estuvo de convertirse en una ruina. Y, de acuerdo, puede que la bella estampa actual no sea ni parecida a la primitiva, pero no cabe duda de que se ha convertido en todo un símbolo de la pureza arquitectónica del románico. No hay más que ver cómo se encontraba la iglesia a finales del siglo XIX para entender que, lejos de polémicas, se trató de un trabajo admirable de reconstrucción de lo que era una verdadera ruina. He aquí cómo lucía San Martín de Frómista antes de ser rescatada.
San Martín de Frómista a finales del siglo XIX. Fuente: www.javiero.com.es
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