La astronomía ha recorrido un largo camino en los 401 años desde que Galileo orientase su primer telescopio primitivo hacia el cielo, por lo que no es una sorpresa que veamos un Sistema Solar muy diferente del que vieron aquellos primeros pioneros.
Los telescopios actuales son millones de veces más potentes que la lente dual de Galileo de 1609, y las agencias espaciales han enviado rutinariamente naves a la Luna, el Sol y otros rincones del Sistema Solar para retornar información de primera mano.
Incluso en el tiempo de vida de los astrónomos actuales, los avances han sido asombrosos, como describe uno de los investigadores esta semana en la revista Nature.
Incluso en el tiempo de vida de los astrónomos actuales, los avances han sido asombrosos, como describe uno de los investigadores esta semana en la revista Nature.
Y todo es gracias a la tecnología.
“No había ninguna”, dice el científico planetario de la Universidad de Cornell, Joseph Burns, recordando los finales de la década de 1960 y principios de 1970, cuando él y muchos otros empezaban. Y siendo la astronomía un campo dirigido por la tecnología, la comprensión de los investigadores sobre el Sistema Solar era correspondientemente primitiva.
“No sabíamos nada sobre ningún lugar de los que hay fuera, básicamente”, dice Burns a SPACE.com.
“Teníamos observaciones telescópicas de la Luna”, comenta, “pero no íbamos mucho más allá de eso, incluso en cosas fundamentales como a qué velocidad giran los planetas – no teníamos idea del giro de tres de los planetas, y estábamos equivocados en un par de otros”.
Por acortar, “no sabíamos muchos hechos”.
Dinámica del Sistema Solar
Burns dijo que décadas de progreso científico y tecnológico han revelado un sistema solar dinámico, desde ondas y bordes definidos en los anillos de los planetas gigantes a las pilas de escombros que llamamos asteroides.
Diseñador naval de formación, Burns coqueteó con la física, especialmente con el movimiento de naves a través de fluidos, antes de finalmente establecerse en lo que se conocería como ciencias planetarias a finales de la década de 1960.
Aún tambaleándose por el lanzamiento del Sputnik en 1957, “la NASA estaba buscando sangre nueva”, comenta. “Se trajo a gente desde todo tipo de áreas”, de la ingeniería y matemáticas aplicadas a la física y la geología.
La NASA puso una gran cantidad de dinero en las naves, por lo que el sentimiento era, “¿Por qué no hacer algo de ciencia?”, comenta Burns. Y si la comprensión de los planetas era el objetivo, se necesitaba desesperadamente hacer ciencia.
La maduración con los planetas
Apenas en 1966, los científicos debatían sobre si Marte podría estar cubierto de vegetación. En la década anterior, algunos pensaron que Venus podría estar cubierto por un océano o pantano, y hasta 1950, los investigadores creían que los cráteres de la Luna eran volcanes.
Pero la ciencia y la tecnología avanzaron.
Tras el programa Apollo, en lo que de otro modo hubiese sido un periodo poco apasionante para la ciencia espacial, la nave Voyager visitó Júpiter en 1979, y después Saturno en 1980 y 1981, luego Urano y Neptuno en 1986 y 1989.
“Muchos de los líderes actuales en la exploración maduraron como científicos implicados en esas misiones”, escribe Burns en Nature. Se enviaron misiones de seguimiento a las misiones Voyager en 1989 (Galileo a Júpiter) y 1997 (Cassini-Huygen a Saturno).
Los descubrimientos realizados por estas naves acabaron con la histórica visión de que el espacio era un lugar “sereno y estático”, dice Burns. “Si tomas una perspectiva a largo plazo, el espacio es un lugar bastante violento”, comenta. “Parece que todo está activo allí fuera, a su propio modo”.
De roca muerta a dinámica
Las lunas del Sistema Solar, por ejemplo, se asumía que eran aburridas rocas.
Pero en lugar de eso, están entre los lugares más apasionantes del Sistema Solar, con la densa atmósfera de Titán y las piscinas de metano líquido, y el supuesto océano de agua bajo la helada superficie de Europa, comenta Burns.
Los asteroides están igualmente activos, hechos de pilas de escombros que giran bajo la radiación solar gracias a algo conocido como Efecto Yarkovsky. Y los primeros planos de los anillos de Saturno han revelado que en lugar de ser suaves y uniformes extensiones de granos de polvo, tienen bordes definidos que indican que hay procesos dinámicos en funcionamiento.
Burns dice que hay un espacio igualmente drástico para el crecimiento en nuestra comprensión de los planetas extrasolares.
“Hay tal diversidad de planetas ahí fuera, que podremos volver a poner nuestras teorías a prueba bajo circunstancias extremas”, señala.
En particular, conforme mejoren las observaciones, los investigadores tendrán oportunidad de estudiar patrones climáticos en planetas que giran a distintas velocidades, residen a distintas distancias de sus estrellas y tienen atmósferas formadas por distintos compuestos químicos.
“Desde una perspectiva filosófica, será un tema fascinante”, comenta Burns. “¿Encontraremos planetas como la Tierra? ¿Mostrarán signos de vida?”
Autor: JR Minkel
Fecha Original: 28 de julio de 2010
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