Durante mucho tiempo se creyó que el célebre incidente de Tunguska en 1908 era el resultado de la caída de un asteroide. Sin embargo, los investigadores no hallaron los restos que se esperaban. Con la llegada de la psicosis nuclear, tras la 2ª Guerra Mundial, se comenzó a creer que una nave alienígena propulsada por energía nuclear había sufrido una colisión accidental. Nunca se encontró radiactividad y también se descartó la idea de un motor propulsado por aniquilación materia-antimateria. Aunque el evento de Tunguska aún no está explicado de forma completamente satisfactoria, se piensa con cierto fundamento que fue el resultado de una explosión de un meteoroide rocoso en la atmósfera (algunos científicos se inclinan más por un cometa o fragmento del mismo).
Ha habido otros eventos similares en el pasado pero todos ellos quedan explicados con impactos de meteoritos. No se necesita acudir a explicaciones extraordinarias de las que no parece haber evidencia alguna.
En los años 1970, un iluminado Erich von Däniken se hizo famoso por una serie de libros en los que proclamaba que visitantes de otros mundos eran los autores de muchas de las enigmáticas estructuras repartidas por todo el mundo: Stonehenge, las figuras de Nazca, los gigantescos Mohai de la isla de Pascua, etc. Ningún libro incluía pruebas fehacientes de las afirmaciones que allí se vertían. Hoy, muchos años después y tras pasar por la cárcel por fraude, von Däniken aún tiene seguidores fieles. Tristemente, la inteligencia es un bien muy escaso.
Por supuesto, todo lo anterior no quiere decir que los extraterrestres no hayan visitado nuestro planeta en el pasado, pero si han estado aquí hace, digamos, mil millones de años, quién sabe qué pruebas han podido dejar de su paso. Ante la más que probable ausencia de estas pruebas, lo único que se puede concluir es que nunca nos han visitado.
Cambiemos de lugar, pues, y miremos a la Luna. En 1953 el astrónomo Percy Wilkins descubrió con ayuda de su telescopio lo que parecía ser una estructura artificial, en concreto, un puente. Otros astrónomos, con telescopios más potentes, no fueron capaces de corroborar el hallazgo y la observación de Wilkins fue atribuida finalmente a un efecto óptico. Lo anterior no pareció desanimar a los entusiastas que razonaban que en la cara oculta de la Luna podría habitar una civilización extraterrestre. Ahora bien, ¿por qué se ocultaban?
Evidentemente, con el envío de sondas espaciales que orbitaban nuestro satélite natural, la idea anterior se fue evaporando poco a poco y cayendo en el olvido.
¿Y si los alienígenas enviasen sondas no tripuladas a explorar el Sistema Solar? ¿Dónde hallarlas? A este respecto, se pueden considerar tres casos:
1. Las sondas están programadas para llamar nuestra atención. Como no vemos ningún faro ni captamos señal alguna, parece que estas sondas no están aquí, definitivamente.
2. Las sondas están programadas para ocultarse de nosotros. ¿Para qué preocuparnos, entonces, en hallarlas con lo vasto que es nuestro Sistema Solar?
3. Las sondas son enviadas sin que los extraterrestres se preocupen por su posible detección. ¿Dónde buscarlas, por tanto?
Se puede suponer, con un cierto antropocentrismo, que nuestro planeta es el que más merece la pena ser visitado o estudiado por otras inteligencias alienígenas. Si nos quisieran observar desde el espacio, podrían estacionar sus sondas en los puntos de Lagrange L4 y L5 del sistema Sol-Tierra o también del Tierra-Luna (acordaos de este post). Hemos explorado estas regiones y no hemos encontrado nada relevante. Tampoco hemos hallado nada en absoluto mientras barremos el cielo en busca de posibles impactos debidos a NEOs (objetos cercanos a la Tierra).
Algunas personas han propuesto que los radio-ecos de retraso largo (entre 3 y 15 segundos) son transmisiones de civilizaciones extraterrestres. Los LDE, que así se les llama, de la Luna son frecuentes pero siempre se dan con un retraso de 2,7 segundos. Esto es justamente el tiempo que tarda la luz en ir y volver de nuestro satélite (¿tremenda casualidad, verdad?). Lo más probable es que se trate de un fenómeno producido por el plasma y polvo que se encuentran en la atmósfera superior de la Tierra.
Marte también ha sido durante mucho tiempo objeto de sospecha como albergue de vida. Desde los famosos 'canales' de Giovanni Schiaparelli en el año 1877 (no se trató más que de un error lamentable en la traducción al inglés de la palabra italiana 'canali') hasta la terquedad de Percival Lowell, insistiendo en la idea de que había estructuras artificiales sobre la superficie del planeta rojo (llegó a contar 437 de ellas). Entretanto, en los primeros años de la década de los 60 del siglo pasado, Iósif Shklovsky centró la atención en una cierta peculiaridad de la órbita de Fobos, el mayor de los dos satélites conocidos de Marte. La órbita de Fobos va decayendo con el tiempo y se acerca a su planeta a la vertiginosa velocidad de casi 3 centímetros al año. Para Shklovsky no parecía haber forma alguna de explicar este comportamiento, hasta que se le ocurrió la genialidad de proponer que Fobos estaba hueco y, por tanto, era artificial, un producto de la civilización marciana. En la misma línea, Frank Salisbury llegó incluso más lejos al afirmar que tanto Fobos como Deimos (el otro satélite de Marte) eran ambos objetos artificiales y habían sido puestos en órbita entre el año 1862 (año en que habían sido extrañamente no detectados por Heinrich d'Arrest, en unas condiciones más que favorables para la observación) y el año 1877 (cuando fueron descubiertos por Asaph Hall). No sería hasta que sondas como Mariner, Viking, Pathfinder o Mars Global Surveyor enviasen miles de fotografías que se lograse reducir un tanto el interés por la existencia de supuestas civilizaciones marcianas.
Otra posibilidad que ha sido barajada es la que tiene que ver con el posible ocultamiento de una civilización alienígena en el cinturón de asteroides, entre las órbitas de Marte y Júpiter. Quizá la fragmentación no sea más que debida a procesos mineros de los supuestos colonos espaciales. Al fin y al cabo, una nave de un tamaño inferior a 1 km sería prácticamente indistinguible de un asteroide natural. Sin embargo, surgen varias pegas: ¿por qué no detectamos señal electromagnética alguna? o ¿por qué no hemos observado ningún objeto que posea una temperatura efectiva superior a la que debería tener exclusivamente por su distancia al Sol? o ¿por qué, si es que están ahí, han permanecido tanto tiempo en silencio?
Más allá de los asteroides aún podemos ver numerosas anomalías, tales como la inclinación del eje de Urano y la órbita retrógrada de Tritón, uno de los satélites de Neptuno. David Stephenson ha sugerido que la inusual órbita de Plutón es el resultado de un proyecto de ingeniería alienígena. Sin embargo, como casi siempre, todos estos fenómenos pueden explicarse perfectamente mediante colisiones sufridas en épocas remotas del pasado de nuestro Sistema Solar. Al fin y al cabo, si aún no hemos sido capaces de observar sondas extraterrestres, ¿por qué asumir que deberían estar ahí? ¿No resultaría igualmente plausible que enviasen información en lugar de objetos, como sondas espaciales? ¿No podría ser que un código oculto estuviera codificado en nuestro ADN y puesto ahí por los alienígenas? Sea como fuere, parece que la única evidencia de inteligencia hallada hasta el momento es la del observador que se encuentra al otro lado del microscopio...
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