26 octubre, 2010

50 soluciones a la paradoja de Fermi (7ª solución): El planetario

50 soluciones a la paradoja de Fermi (7ª solución): El planetario: "
El autor de ciencia ficción 'hard', Stephen Baxter, publicó en el año 2000 su solución personal a la paradoja de Fermi que hoy conocemos como la hipótesis del planetario (es una hipótesis propiamente dicha y no un escenario porque permite su comprobación y es falsable, a diferencia de los escenarios del zoológico y de la interdicción). La pregunta planteada por Baxter es ésta: ¿es posible que el mundo en que vivimos no sea más que una simulación, una especie de planetario sofisticado de realidad virtual, diseñado para presentarnos la ilusión de que el universo carece de vida inteligente?

La hipótesis del planetario parece tener bastante sentido y ser razonable, especialmente cuando en los últimos años hemos asistido a un crecimiento espectacular en el desarrollo de los ordenadores. La trilogía Matrix de los hermanos Larry y Andy Wachowski es una buena muestra de ello en el cine de ciencia ficción. Varios episodios de la serie Star Trek: la Nueva Generación nos muestran el 'holodeck', una tecnología que emula objetos materiales con los que el usuario puede interactuar. El protagonista de la película The Truman Show es una estrella de la televisión que vive, sin saberlo, en una realidad completamente simulada y creada por los productores del programa televisivo. Los escritores de ciencia ficción también han dejado un abundante legado de novelas y cuentos sobre el mismo tema.

Muchas de estas historias y películas presentan una cualidad aterradora, inquietante, quizás porque tocan materias de profundo significado filosófico. La hipótesis del planetario sugiere que nuestro entendimiento aceptado acerca del universo ahí afuera puede estar equivocado. Exactamente cómo de equivocado depende de la sofisticación de la simulación que haya podido crear por la CET responsable y también de su propósito particular, la línea que separa la conciencia humana de la 'realidad' externa.

La hipótesis del planetario, llevada al extremo, no se diferencia gran cosa del solipsismo (forma radical de subjetivismo según la cual sólo existe o sólo puede ser conocido el propio yo). El auténtico solipsista cree que todo lo que experimenta (gente, sucesos, objetos) forma parte de su propia conciencia, en lugar de proceder de una realidad externa a sí mismo y que todos los demás compartimos. Es una evidente concepción egocéntrica del universo. Por su parte, el planetario más extremo, más radical, tendría entonces que incluir una CET capaz de generar un universo artificial en mi conciencia. El universo aparece ante mí como si estuviera vacío debido a que una CET, por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender, pretende engañarme.

El inconveniente del solipsismo es que no parece conducir a ningún lado. El verdadero solipsista, cuando defiende su filosofía, presumiblemente, debe informar a sus oponentes de que no existen, lo cual parece bastante absurdo. Otras variantes de planetarios extremos aún mantienen un cierto tufillo a solipsismo pero resultan ligeramente menos escandalosas. Por ejemplo, quizá los humanos seamos reales y, por contra, algunos o todos los objetos que nos rodean sean simulaciones. O quizá la realidad consista en todo lo que hay sobre la Tierra más todos aquellos lugares del Sistema Solar que hemos logrado visitar, pero las estrellas y las galaxias sean simuladas. En cualquier caso, la navaja de Occam nos proporciona razones para eliminar estos escenarios sin más que considerar nuestras propias observaciones del universo.

A pesar de todo, ¿y si dejásemos, por un momento, a un lado la navaja de Occam? Baxter señala que un requisito fundamental de todo planetario es que los experimentos científicos deben siempre conducir a resultados consistentes. Si un experimento muestra inconsistencias en la fábrica de la realidad, entonces debemos postular la existencia de un 'afuera' real.

Los físicos pueden calcular la cantidad de información y de energía requeridas para crear una simulación perfecta de un tamaño dado. Podemos, así, cuestionar si una CET tiene la capacidad para satisfacer la demanda de energía en la construcción de un planetario particular (en este punto, hemos de asumir que los alienígenas están sujetos a las mismas leyes físicas que nosotros. Si no es así, no podemos continuar con el argumento).

Se deduce que una civilización de tipo I (según la clasificación de Kardashev) podría generar una simulación perfecta de una extensión no superior a 10.000 km2 y 1 km de altura sobre la superficie terrestre. Por tanto, no nos sirve para el mundo en que vivimos y conocemos.

Una civilización de tipo II podría haber generado una simulación capaz de engañar a Cristóbal Colón. Pero los viajes del capitán James Cook, por ejemplo, hubieran podido descubrir inconsistencias en el diseño del planetario.

Finalmente, una civilización de tipo III conseguiría simular perfectamente una región del espacio inmersa en un volumen con un radio de unas 100 UA (la UA es la distancia media entre la Tierra y el Sol y equivale a unos 150 millones de kilómetros. Plutón se encuentra a algo menos de 40 UA del Sol). En este sentido, la sonda espacial Voyager 1 está actualmente tan sólo algo más lejos de nosotros que Plutón.

Jacob Bekenstein, basándose en la termodinámica de los agujeros negros, mostró cómo la mecánica cuántica impone un límite a la cantidad de información que puede codificar un sistema físico. Esta cantidad de información contenida en una masa M y un radio R nunca puede ser mayor que 2,5 1043 MR (en bits de información). Resulta complicado alcanzar este límite. Así, por ejemplo, un átomo de hidrógeno puede almacenar hasta 1 Mb; un humano cerca de 1039 Mb.

Aunque la Naturaleza no parece aprovechar al máximo este límite, quizá la hipotética CET diseñadora sí lo haya logrado. Sea como fuere, con nuestro actual nivel de desarrollo tecnológico, somos incapaces de probar si nuestro universo es real o solamente el resultado de una simulación diseñada por una civilización de tipo III. Pero lo que sí es seguro es que a medida que indaguemos más y más lejos, tanto mayor será la probabilidad de toparnos con alguna imperfección en el diseño del planetario. Dentro de algunos años, la sonda Voyager 1 se habrá alejado de nosotros más de 100 UA y si colisiona contra un muro pintado de negro, el juego habrá terminado para los diseñadores del planetario.

La hipótesis de Baxter desafía la navaja de Occam y nuestra intuición sobre cómo funciona el universo. Roza la paranoia creer que una civilización de tipo III podría acometer el esfuerzo simplemente para convencernos de que el universo está vacío. A medida que exploremos más y más el Cosmos, a buen seguro que hallaremos una inconsistencia en la simulación y entonces tendremos que mirar hacia otra parte y seguir buscando una solución a la paradoja de Fermi.

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