Con esta entrada, voy a dar comienzo a una nueva sección en el blog. Llevará por título '50 soluciones a la paradoja de Fermi' y tratará precisamente de eso. A lo largo de 50 semanas (sin contar ésta), os iré desvelando una por una 50 razones por las que aún no hemos encontrado una respuesta satisfactoria a una de las paradojas más célebres de la historia de la ciencia. Los posts estarán basados en el libro de Stephen Webb 'Where is everybody?', publicado por Copernicus Books en 2002. Espero que os guste. Y ahora, sin más dilación, para los más despistados, una primera entrada introductoria, donde se cuenta un poquito de la historia de la susodicha paradoja.
Durante la primavera y verano de 1950, en la ciudad de Nueva York se dieron una serie de extraños sucesos: estaban desapareciendo misteriosamente las papeleras públicas de la ciudad. También se dieron más casos de lo habitual sobre avistamientos y reportajes de platillos volantes. Aquel ya lejano verano de 1950, Enrico Fermi se encontraba trabajando en Los Álamos.
Un día cualquiera, mientras charlaba animadamente con Edward Teller y Herbert York, el tema derivó hacia la asombrosa racha de aparentes avistamientos de platillos volantes. Emil Konopinski se les unió y les mostró una caricatura realizada por Alan Dunn donde se mostraba a los alienígenas llevándose las papeleras a bordo de su nave espacial con forma de plato. Fermi, en broma, comentó que el dibujo constituía una buena teoría ya que permitía explicar dos fenómenos muy distintos y aparentemente no relacionados: la desaparición, por un lado, de las papeleras y, por otro, la abundancia de avistamientos de naves alienígenas. Después de esta broma, la conversación se desvió hacia la posibilidad de superar la velocidad de la luz. Fermi le preguntó a Teller acerca de la posibilidad de los viajes a velocidades supralumínicas para un futuro tan cercano como 1960 y éste estimó un valor de 1 entre un millón. Fermi dijo que más bien se inclinaba por una probabilidad de 1 entre 10.
Una vez sentados los cuatro colegas a comer, Fermi lanzó la siguiente pregunta: “¿Dónde están todos?”. York recuerda que Fermi garabateó rápidamente unos cuantos cálculos en un papel (los famosos cálculos de los no menos célebres problemas de Fermi) y concluyó enseguida que la raza humana ya debería haber sido visitada en muchas ocasiones y desde mucho tiempo atrás. Aunque estos cálculos jamás fueron publicados, resulta bastante fácil imaginárselos, dada la fama y el prestigio que tenía Fermi.
Aunque en 1950 aún faltaban 11 años hasta que la ecuación de Drake entrase en escena, en la mítica conferencia sobre SETI (Search of Extra Terrestrial Intelligence) celebrada en Green Bank en 1961, Fermi pudo haber hecho uso, en su lugar, del denominado principio de mediocridad que establece que ni la Tierra ni el Sistema Solar constituyen un sitio especial en nuestra galaxia ni probablemente tampoco en el universo. Así, con una estimación no demasiado optimista, quizá Fermi podría haber llegado a la conclusión de que nada menos que un millón de civilizaciones extraterrestres inteligentes podrían estar intentando comunicarse con nosotros en la Vía Láctea. Así pues, para alguien de la inteligencia preclara del físico de origen italiano, ya sólo restaba un paso evidente para llegar a formular lo que desde entonces se daría en conocer como la paradoja de Fermi. En efecto, éste se preguntaba por qué no somos capaces de escuchar a todas esas civilizaciones en condiciones de comunicarse con nosotros, dónde se encuentran y si no han tenido tiempo para colonizar la galaxia. Hay que tener claro que la paradoja de Fermi no consiste en afirmar o negar la existencia de vida extraterrestre; de hecho, ni siquiera sabemos qué pensaba a este respecto el mismo Fermi. La paradoja consiste justamente en la falta de evidencia de la existencia de estas civilizaciones, cuando no debería ser así.
En honor a la verdad, la paradoja de Fermi debería llamarse más correctamente paradoja de Tsiolkovsky-Fermi-Viewing-Hart. El primero de éstos, Tsiolkovsky, uno de los pioneros de los viajes espaciales, a principios del siglo pasado, creía que “la Tierra es la cuna de la inteligencia, pero es imposible permanecer eternamente en la cuna”. Empujado por sus ideas filosóficas, opinaba que si los humanos nos podemos expandir por el universo, entonces todas las demás especies deben hacer lo mismo por fuerza. Él mismo llegó a proponer una solución a la paradoja en el año 1933, diecisiete años antes de que Fermi plantease la pregunta. Pensaba Tsiolkovsky que las civilizaciones inteligentes avanzadas debían estar formadas por “seres celestiales perfectos” y que éstos consideraban que la raza humana aún no estaba preparada para un encuentro.
Más de 40 años después, en 1975, el ingeniero inglés David Viewing estableció en un artículo incluido en el Journal of the British Interplanetary Society un dilema semejante, aunque reconocía en todo momento la autoría original de Fermi. Sin embargo, puede que sea el de Viewing el primer artículo científico en el que aparece publicada la famosa paradoja.
Aquel mismo año, Michael Hart publicaba asimismo en el Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society un artículo donde proponía distintas categorías de tipo físico (los viajes espaciales a distancias grandes o a altas velocidades no son realizables), sociológico (los alienígenas no han elegido visitar la Tierra) y temporal (aún no les ha dado tiempo a llegar hasta nosotros) para intentar explicar la paradoja. Finalmente, la conclusión a la que llegaba Hart: somos la primera civilización inteligente en nuestra galaxia.
En 1979, Ben Zuckerman y el propio Michael Hart organizaron un congreso para debatir sobre la paradoja de Fermi. Publicadas sus conclusiones en formato de libro, establecen de forma sutil que los alienígenas poseen razones, medios y la oportunidad de colonizar la galaxia.
En 1980, Frank Tipler afirmaba tajantemente en el título de su artículo que “Los alienígenas inteligentes no existen”, recogido también en el Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society. En su opinión, el proyecto SETI nunca tendría éxito y, por tanto, no era más que un despilfarro indecente de tiempo y dinero.
En 1983, el popular astrónomo y autor de novelas de ciencia ficción, David Brin, denominó a la paradoja “el gran silencio”. Y lo único que hoy en día, 60 años después de Fermi o casi 80 después de Tsiolkovsky, podemos afirmar con total seguridad es que la pregunta aún está esperando una respuesta…
"
No hay comentarios:
Publicar un comentario