En la Inglaterra medieval ya existían los peajes o leyes que limitaban de algún modo el tráfico de carros. También se prohibía el acceso de carros alzados en las ciudades porque dañaban los puentes y pavimentos. El exceso de velocidad se convirtió en un problema social.
En Liber Albus, libro de normas del Londres del siglo XV, prohibía a un cochero “conducir su carro más rápido cuando va vacío que cuando va cargado.” Contravenir esta norma suponía una multa por exceso de velocidad de 40 peniques. O incluso podías ir a la cárcel.
En 1720, los accidentes de tráfico provocados por carros y carruajes “conducidos con furia” fueron calificados como la principal causa de muerte en Londres (eclipsando a los incendios y el “trasegar moderado”), mientras lo comentaristas lamentaban las “controversias, riñas y alteraciones” ocasionadas por los conductores “al disputarse el paso.
Aunque en la Nueva York de 1867 hubiera muchas menos personas que ahora, y también muchos menos vehículos, los caballos mataban a una media de 4 personas por semana, una cifra algo superior al índice actual de víctimas de tráfico en Nueva York. El New York Times escribía en 1888: “Tal y como están las cosas, los cocheros parecen tener amparo legal para hacer caso omiso de los cruces y provocar que los peatones corran o esquiven vehículos cuando desean cruzar.”
La tarde del 23 de diciembre de 1879, The New York Times dedicó una noticia al extraordinario y sin precedentes bloqueo de tráfico en el tramo sur de Broadway… una congestión que duró nada menos de 5 horas.
Y entonces llegó la bicicleta. La bicicleta se nos antoja el transporte del futuro, el transporte de los países civilizados, el transporte cool, ecológico, seguro, unido a la naturaleza y al ejercicio físico. Pero a finales del siglo XIX, cuando la bicicleta se puso de moda, causó problemas sociales tremendos.
Las bicicletas eran demasiado rápidas. Amenazaban a quienes las montaban con extrañas afecciones, como la “cifosis biciclistarum” o “encorvamiento de la bicicleta”. Espantaban a los caballos y provocaban accidentes. Ciclistas y no ciclistas llegaban a las manos. Las ciudades intentaron prohibirlas directamente. Les restringían el acceso a las calzadas por no ser carruajes y el paso por las aceras por no ser peatones. Los activistas de las bicicletas de hoy, que sostienen que no debería permitirse a los coches el acceso a lugares como el Prospect Park de Brooklyn, fueron precedidos, hace más de cien años, por ciclistas que lucharon por el derecho de las bicicletas a entrar en ese mismo parque.
Y luego llegó el coche. Otro problema más, nuevo, diferente, pero probablemente no mucho más complejo y asfixiante como lo fueron anteriormente otros medios de transporte en la historia reciente de la humanidad. Y ahora… a tocar el claxon.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt
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