Las ideas, en ciencia, tienen que ver con el contexto. Porque las ideas tienen que encajar entre sí. No basta con sospechar que algo es así. Debe ser posible, para el estado del conocimiento actual.
¿Raro de entender? No tanto. Con un ejemplo verás que está claro.
Desde que se pudieron realizar, en el siglo XVII los primeros mapas razonablemente exactos (gracias al sextante y determinaciones astronómicas de la longitud) de una Tierra fehacientemente redonda, quedó claro que algo le pasaba a los continentes. Más o menos, los dos lados del Atlántico encajaban.
Esa idea flotó en el saber científico desde muy temprano. En el muy recomendable libro Global Tectonics (3rd ed., Wiley-Blackwell, 2009), Kearey et al. indican que un importante geógrafo de la corona española, Abraham Ortelius, en 1596, ya sugería que África y Sudamérica podrían haberse separado en tiempos antiguos. Y Francis Bacon, en 1620, escribía sobre lo mismo. Pero ninguno aventuraba un mecanismo o explicación. Sólo hacía notar la similitud de las costas de las dos orillas del océano.
¿Por qué no se logró ya entonces formular la tectónica de placas? Fácil. Faltaban todos los conocimientos que necesita esa idea. Físicos, geológicos… Una idea, para ser parida, primero tiene que recorrer un camino muy, muy tortuoso. Hasta que estén listos todos los ingredientes que necesita.
Por eso, entre tanto, surgían explicaciones como las del obispo Placet, en 1668, que trataba de explicar en términos de diluvio universal la separación de ambos continentes. Está claro que eso no es tectónica de placas ni nada por el estilo. Es cuadrar una idea con lo que se piensa en ese momento. Igual que Humboldt, que sugería que entre África y América hubo un continente, pero se hundió.
Pero… Otra cuestión es lo que planteó Snider, en 1858. Él ya habló de separación de los continentes, de movimiento en ellos.
¿Era una buena idea? Para nada. Con los conocimientos de aquella época, desde luego que no. Pero todas las buenas ideas nacen igual. Hay una época tentativa, en la que el saber es incompleto. La proposición de Snider no era, para nada, mejor que la de Humboldt, teniendo en cuenta lo que se sabía en el siglo XIX.
Por tanto, durante un tiempo, están abiertas muchas posibilidades, muchas explicaciones alternativas. Todas con alguna probabilidad de ser ciertas. Conforme suceden avances en muy diversos campos, se van filtrando. Puede que un descubrimiento de física, o de química, cree un nuevo modo de pensamiento que elimine algunas ideas y favorezca a otras. Cada vez quedan menos. Al final, la más adaptada al resto de las ideas aceptadas, la que mejor encaje con ellas, es la que perdura. Así le paso a la, inicialmente extraña, inicialmente rara, inicialmente descabellada, propuesta de Snider. Con el tiempo, y con el auxilio de nuevos descubrimientos y nuevo instrumental científico, se fue convirtiendo en lo que hoy es la Tectónica de Placas.
Muy darwiniano, ¿no?…
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