Este post corresponte a una versión abreviada del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición de octubre de 2010, número 64.
Seria prolijo enumerar todos los trabajos de [Fausto] Elhuyar, y el celoso e ilustrado empeño con que se dedicó al cumplimiento de sus deberes; recorrió a expensas suyas las mas importantes Reales minas de aquellas provincias, Zacatecas, Guanajato, Sombrerete, Bolaños, Real del Monte, Regla, Pachuca y otros departamentos próximos, difundiendo los buenos principios de la ciencia con extraordinario beneficio de las empresas, generalizando los métodos más ventajosos tanto para el laboreo de las minas como para el beneficio de sus frutos, y mejorando por lo tanto los rendimientos de aquella interesante industria; logró terminar con su influencia algunas graves cuestiones que se habían suscitado entre los individuos del Tribunal, con perjuicio considerable de los intereses de la minería; se distinguió por la pureza y economía con que desde su llegada y durante su desempeño se administraron los fondos públicos que estaban a su cargo…
Semanario pintoresco español, 22 de enero de 1843.
Puede encontrarse escrito de diversas formas, como Elhúyar, D´Elhúyar, Delhuyar, con o sin tilde, a veces incluso de formas claramente erróneas, pero se elija la forma que fuere, no cabe duda que nos estaremos refiriendo a una de las más destacadas familias de científicos de la historia de España. Delhuyar parece ser la forma más aceptada, por lo que ésta será la elegida para dar forma a estas letras que surgen a modo de sencillo recuerdo de la vida de Fausto, sin olvidar, aunque someramente, a su hermano Juan José.
De origen vascofrancés, el padre de los hermanos Delhuyar, ejercía como médico cirujano, además de complementar tal actividad con diversos menesteres como la fabricación de aguardientes, en la ciudad de Logroño, como también anteriormente había hecho en Bilbao. Corría el año 1754, cuando la familia hacía menos de un año que se había instalado en tierras riojanas, cuando nació Juan José, hijo de Juan Delhuyar y Úrsula de Lubice. Con el tiempo el pequeño Juan José se convirtió en uno de los químicos más célebres de su tiempo pero, curiosamente, la historia siempre le ha hecho sombra porque su hermano menor llegó más alto y más lejos, lo cual no resta mérito alguno a la obra de Juan José. Puede decirse que Fausto, el hermano mediano de un conjunto de tres que se cerró con el nacimiento de una niña, María Lorenza, gozaba de un espíritu aventurero y extrovertido mucho más marcado que el de su hermano, más dado a la vida tranquila, pero no por ello orientada a la reclusión pues terminó sus días en 1796 al otro lado del Atlántico, en lo que por entonces se conocía como Nueva Granada, esto es, la actual Colombia, donde sus saberes fueron requeridos.
Genios de las profundidades
Puede que fuera la querencia por todo lo científico que su padre manifestó a lo largo de toda su vida, o quién sabe si hubo algo más que se desconozca, pero el caso es que tanto Juan José como Fausto, que nació un año más tarde que su hermano, tenían un talento natural para tratar con todo lo que estuviera relacionado con los minerales y la geología en general. Naturalmente, la ciencia geológica tal y como la conocemos hoy día todavía no había nacido como tal, y el estudio de rocas y minerales, así como de los frutos metálicos de la tierra se orientaba, sobre todo, a su vertiente económica, esto es, las minas de metales preciosos, hierro y similares. Era una época fascinante para la ciencia, un tiempo en el que se empezaba a completar, con bastante rapidez, el cuadro de los elementos químicos que, mucho tiempo después, se encargó de ordenar y sistematizar el talento de Mendeleiev a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Juntos, Juan José y Fausto, anunciaron al mundo el descubrimiento de un nuevo elemento, pero ese momento de gloria lo reservo para más adelante, pues merece ser paladeado con tranquilidad.
El texto con el que abro este artículo, correspondiente a un minúsculo fragmento procedente de un extenso escrito a la memoria de Fausto Delhuyar, hace mención de un aspecto célebre del personaje en su tiempo, pero que ha sido desdibujado con el paso del tiempo. Ciertamente, Fausto era feliz entre minas y máquinas pero, además, llegó a ser considerado un administrador excepcional y se cuenta que, en numerosas ocasiones, llegó a poner dineros de su bolsillo para mejorar las condiciones de algunas minas o explorar prometedores filones.
Los hermanos Delhuyar estudiaron juntos, en París, a lo largo de la década de 1770. En la capital francesa, con el fin inicial de estudiar medicina y cirugía para seguir los pasos de su padre, también tomaron contacto con el incipiente mundo de la química, que les atrapó para siempre. Entre 1781 y 1785 enseñó Fausto mineralogía y tecnología de la extracción y procesado de metales en el seminario de Vergara, además de muchas otras materias y, fue allí, en la noble villa guipuzcoana, donde en compañía de su hermano, Juan José, dedicaron mucho tiempo a investigar ciertos minerales en su laboratorio químico, donde trabajaba igualmente el profesor François Chavaneau, que es recordado por haber sido el pionero en la purificación del platino, y por ello es generalmente considerado el descubridor de ese elemento.
Luego llegó la aventura europea, los dos hermanos viajaron por el viejo continente aprendiendo todo lo que les fuera posible sobre tecnología minera y metalurgia, además de química. No hubo ningún gran centro europeo relacionado con la minería que no fuera visitado por los Delhuyar, por lo que no extrañará que el gobierno español confiara en ellos para importantes tareas. ¿Y qué puede haber más importante que el dinero si del Estado se trata? Fausto fue nombrado responsable de las minas de México en 1786, pero antes de cruzar el gran charco, pasa tiempo aprendiendo nuevos métodos para la purificación de la plata y, de paso, se casa con una austriaca. Más de tres décadas después, mirando atrás, poco antes de regresar a España para seguir con sus trabajos mineros después de la independencia mexicana, Fausto podía darse por satisfecho. En esos treinta años largos que pasó en América revolucionó las minas a su cargo, las hizo eficientes, creó un colegio de minería y publicó gran cantidad de estudios originales.
Del mineral a la bombilla
Ha llegado el momento de desvelar lo que Fausto y su hermano descubrieron en el otoño de 1783 en Vergara, donde a lo largo de muchas horas tratando con un curioso mineral, se percataron de que tenían entre manos nada más y nada menos que un elemento químico desconocido hasta entonces. Todos lo hemos tenido cerca, o lo tenemos todavía, pero suele ser ignorado. Las clásicas bombillas de incandescencia, ahora en extinción al dejar paso a modelos más perfeccionados de bajo consumo, han llevado en su interior, diríase que en su propio corazón, filamentos constituidos, precisamente, por el elemento descubierto por los Delhuyar.
En 1779 el químico y mineralogista irlandés Peter Woulfe publicó una hipótesis muy bien fundada, a saber, que el mineral llamado wolframita contenía en su interior un nuevo elemento que era preciso aislar e identificar. La predicción era correcta, como los Delhuyar demostraron, pero había que trabajar mucho para convertir el sueño en realidad. Muchos lo intentaron sin éxito hasta que Juan José y Fausto unieron sus esfuerzos en común para lograr la gesta. Y, así, en el Seminario de Vergara, lo que parecían inocentes muestras de mineral procedentes de Europa, fueron tratadas por medio de una reducción con carbón vegetal para alumbrar el nuevo elemento, el wolframio que, mucho tiempo después sirvió para dar vida a miles de millones de bombillas eléctricas en todo el planeta. El laboratorio del Seminario de Vergara, impulsado y equipado por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, vio nacer entonces una nueva era, aunque los dos hermanos no supieron nunca que la edad de la luz eléctrica nacía, precisamente, con ellos.
Pudo haberse llamado de alguna forma que recordara a los Delhuyar, pero terminó por ser conocido como wolframio, una palabra que procede del alemán y cuyo origen es dudoso, aunque parece tener relación con cierta superstición minera acerca de espíritus de las profundidades con forma de diabólicos lobos que habitarían en las minas según algunas creencias medievales. Así, la wolframita, espuma de lobo o lupi spuma tal como la llamó Georgius Agricola, el célebre alquimista y mineralogista alemán del siglo XVI, procedería de la forma alemana que expresa esa idea de saliva de lobo diabólico o wolf rahm. Curiosamente, sobre todo en países anglosajones, ha sido conocido el wolframio durante mucho tiempo como tungsteno, vocablo que procede del sueco tung, pesado, y sten, piedra. La palabra fue ideada por el mineralogista sueco Axel Fredrik Cronstedt a mediados del siglo XVIII pero, a pesar de haber sido empleada muy extensamente, la IUPAC, autoridad internacional reconocida para determinar la nomenclatura química, sólo considera que el elemento número 74, descubierto por primera vez por los hermanos Delhuyar, únicamente puede llamarse wolframio.
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